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La paz entre judíos y palestinos es posible: dos pueblos sufridos, un conflicto avivado por grupos radicales

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Por Jorge L. León (Historiador e investigador)

Houston.- En el corazón de Medio Oriente, la tierra se ha convertido en un escenario de dolor compartido. Judíos y palestinos, dos pueblos marcados por tragedias históricas, parecen condenados a la desconfianza y la violencia. Sin embargo, detrás de los muros de odio y los atentados, persiste una verdad ineludible: la paz es posible si se despojan de los intereses de los radicales y se impone la voluntad de los pueblos.

La historia de Israel y Palestina es la historia de dos pueblos heridos que reclaman la misma tierra como patria. Ambos conocen el sufrimiento: los judíos, tras siglos de persecución culminados en el Holocausto; los palestinos, tras la Nakba de 1948, el desarraigo y la vida marcada por la ocupación y los campamentos de refugiados. Esa memoria de dolor compartido debería ser un puente hacia la reconciliación, y no un muro de odio perpetuo.

Israel ha demostrado en varias ocasiones su disposición a la paz y también su firme voluntad de resistir o morir antes de renunciar a su existencia. Firmó un tratado histórico con Egipto en 1979, otro con Jordania en 1994, y abrió un proceso de diálogo con la OLP en los Acuerdos de Oslo de 1993.

Incluso, en 2005, se retiró unilateralmente de Gaza en un intento de generar condiciones para un futuro acuerdo. Cada uno de estos gestos confirma que, pese a estar rodeado de enemigos, Israel ha buscado caminos de negociación.

La clave: el derecho de las partes a existir

Sin embargo, la paz no ha llegado porque la otra parte no siempre ha estado dispuesta a reconocer su derecho a existir. Grupos como Hamas y la Yihad Islámica Palestina, apoyados militar y financieramente por potencias externas como Irán, han mantenido la consigna de destruir al Estado israelí. Los ataques terroristas, los cohetes lanzados sobre ciudades israelíes y el sangriento asalto del 7 de octubre de 2023 son pruebas de esa obstinación.

En ese contexto, también pesa la imposición de la ley sharía por parte de sectores extremistas. Esta interpretación estricta de la ley islámica somete a las mujeres a una condición de inferioridad legal y social, limitando su libertad en la vida pública, en la educación y en su papel dentro de la familia.

Para los homosexuales, la situación es aún más dramática: en los territorios donde prevalece la sharía, se enfrentan a la persecución, el encarcelamiento e incluso la pena de muerte. Estos elementos, además de vulnerar derechos fundamentales, consolidan una cultura del miedo que aleja todavía más a la sociedad palestina de valores universales de justicia, igualdad y libertad.

Es difícil comprender cómo hoy, en muchas partes del mundo, colectivos de mujeres y comunidades homosexuales, lesbianas y transgénero marchan en favor de estas causas radicales, sin advertir que, de imponerse plenamente esas leyes, serían las primeras víctimas de una represión brutal. Resulta increíble la ceguera y la ignorancia con la que se alinean con regímenes que niegan su dignidad más elemental.

Palestina también paga un precio

En medio de esa espiral de odio, el pueblo palestino también sufre: miles de familias atrapadas en campamentos de refugiados, generaciones enteras viviendo sin horizonte, y comunidades que pagan el precio de los errores de líderes radicales que prefieren la guerra antes que la paz. La paradoja es clara: Israel ofrece pactos, pero recibe balas; tiende la mano, pero encuentra grupos violentos que niegan cualquier posibilidad de reconciliación.

El fin del conflicto sería posible si existiera un primer paso indispensable: el reconocimiento mutuo. Mientras Israel acepte la existencia del pueblo palestino y sus legítimas aspiraciones, y los palestinos reconozcan el derecho de Israel a existir como Estado seguro, la posibilidad de paz crecería. Sin ese reconocimiento, la herida continuará abierta, alimentada por los discursos del odio y los intereses de terceros que avivan el fuego desde lejos.

La paz entre judíos y palestinos no es un sueño imposible. Ha habido acuerdos, existen lazos culturales y religiosos comunes, y las dos memorias de sufrimiento podrían convertirse en la base de una reconciliación verdadera.

Sin embargo, mientras prevalezca la violencia, la región seguirá atrapada en un ciclo de lágrimas. Reconocer al otro no es una concesión: es la llave que puede abrir la puerta de la paz.

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