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LA MUJER, LA ISLA Y LOS CHICHARRONES QUEMADOS

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Por Gretell Lobelle ()

Mantilla.- Engañar, engañar desde que amances al sentimiento. Obligarlo a creer en una realidad que no existe. No sé hacer chicharrones, se me pegan. Se cocinan por un lado, del otro quedan crudos. Penosamente quemados.

La tarde se puso rara. Tú me devuelves a la realidad. Sabes que vivo con pájaros en la cabeza. Lo veo todo. Estoy acá, ¿crees que me puede ser ajeno tanto? Odalis viene y anda arreglando mis chicharrones. No me gusta tirar comida. Esos sí los tiraría, pero por respeto a lo que sería la grasa y los chicharrones para un pueblo, la dejo que los termine. Casi todo será para ella.

Estamos monotemáticos solo hablamos de comida. Empiezo a no soportarme. Mis fotos del agro no tienen que ver con tus fotos de ese mercado que vas. Tus fotos son lindas, todo perfecto. A mi vecina le entusiasma la grasa del puerco. Ya se ha comprobado que no hace daño, no sube el colesterol, ahora que comer carne de puerco es un lujo. La grasa del puerco marca la diferencia de comer mejor o peor.

Ahora solo escucho, leo una sección en El toque para el puerco. Es noticia y seguimiento el valor del puerco, como la tasa cambiaría. Soy prudente, hasta tolerante con los unos y los otros. La gente debería saber que es algo cruel recordarle al jodido, lo tan jodido que vive. Pero los cubanos hemos aprendido muy bien que la culpa no cae en saco roto.

En ese afán por las etiquetas nos nombramos «los contrapuestos», «los valientes» o «los carneros». Yo, con 48, he aprendido que uno no vive como quiere, más bien como puede. Los que no viven en islas, sin mucha delicadeza recuerdan constantemente las habituales desgracias de los isleños.

No quiero estar retorcida. Hago yoga. Amo a un hombre casado. Me levanto todos los días con flores en la cabeza, o en su defecto me pongo el pañuelos de flores. Amanecí con actitud de amor pero esa canción es un bodrio y tú que no paras de recordarme aquello que ya no quiero ver. Crees que estoy bien, pero no. Me preocupa lo feliz que estoy en casa, padezco ese síndrome nuevo, el de la cabaña. Hay días que agradecería poder amar a un hombre y punto, otros hombres. Soy muy isla: maldita y circunstancial.

Apareció un amigo que sabe cómo llegar. Eso es un don, hay gente que no sabe estar, mucho menos ser.

-¿Estás bien?

-¿Hoy estoy dawn?

-No me jodas, que tú eres la inspiración (le siguen adjetivos groseros que sabe me encanta y sacan una sonrisa)… La gente malhablá siempre es más sincera.

-Sí, pero un pasaito de mano a veces hace falta. -¡Eso es verdad!

Hablamos rápido, solo pasó a recordarme nuestros pendientes. Todo pasa y esa es la idea con la cual cerramos.

Me pongo a escuchar «Vete de mí». Hoy me prometí solo oir cierta música, la curiosidad me jugo mala pasada. Tengo que llamar a mi madre pero no me gusta llamarla en días como hoy. Su primera frase cuando conectamos es «¿qué te pasa que tienes esa voz?». Aún no logro engañar a mi madre, me daña mentir forzando un tono de voz que desvíe la pregunta. No he aprendido a hacerlo en tantos años.

Mi madre es objetiva, de una manera simple, por eso me mira, sonríe y me dice:»sigue con tus pájaros en la cabeza».

Somos muy diferentes. Ella nunca va a entender que escucho ese bodrio de canción que me tira contra una cama, me deprime, me pone a pensar, pensar más y no quiero pensar.

Ella no va a entender que una isla me está secando. Ella sabe, me sabe toda aunque haya cosas que no entiende y su amor sea infinito. Por eso hay días que no le hablo. Prefiero recogerme y volver con las ilusiones de siempre.

Hay días que prefiero quedarme tranquila y dejar para un mejor momento una conversación. Evito a mi madre. Mi madre es felíz. Solo yo me vuelvo su tristeza, por eso evito una llamada. No quiero volver a oírla decir «no quiero este país pa ti».

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