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LA MEMORIA TAMBIÉN SE DEFIENDE

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Por Albert Fonse

Todos saben el respeto y admiración que tengo hacia las Damas de Blanco, tanto a las que hoy siguen marchando como a las que lo hicieron en su momento. Esa organización es uno de los símbolos más puros y valientes de nuestra lucha pacífica contra la dictadura cubana. He sido siempre cuidadoso y respetuoso con su historia, su sacrificio y su firmeza. No me gusta meterme en polémicas personales, mucho menos en temas familiares que no me competen.

Por eso, no hablaré de cartas ni conflictos íntimos. Pero hay situaciones que superan lo privado. Hay hechos que terminan siendo un espejo para todos los que un día tendrán que elegir entre callar o dar testimonio.

La reciente actitud de una de sus exintegrantes, figura histórica de la resistencia, ha generado un debate inevitable. Lo he conversado con personas de distintas ideas, y algo extraño ocurrió: todos coincidimos. Su pasado es glorioso, pero su actitud actual es, como mínimo, reprochable.

Entiendo el orgullo de una madre. Ver a un hijo triunfar debe ser una satisfacción inmensa, sobre todo después de tanto sacrificio. Pero cuando ese hijo pisa la isla que la reprimió, cuando afirma que en Cuba no hay represión, cuando intenta banalizar un símbolo que representa la resistencia de todo un pueblo, guardar silencio ya no es prudencia, es complicidad.

No se trata de controlar a un hijo adulto. Eso no está en manos de ninguna madre. Pero sí está en sus manos marcar una línea clara entre lo que ella vivió y lo que ahora su hijo pretende negar. El dolor no se hereda, pero el deber de mantener viva la verdad sí se transmite.

No hacía falta una directa. Bastaba una sola frase, un gesto que dijera: eso no me representa. La ausencia de ese gesto duele más que cualquier palabra. Porque el pasado no otorga licencia para deshonrar lo que se vivió. La dignidad no es una medalla que se cuelga para siempre. La dignidad se defiende. Se afirma cada día.

Si mañana mi hermano es liberado, y uno de sus hijos decide darle la espalda a todo por lo que él sufrió prisión, también esperaría que no callara. No por venganza. No por vergüenza. Por respeto a sí mismo, y por respeto a todos los que luchamos por su libertad.

Los hijos pueden hacer su vida, tomar sus decisiones y hasta equivocarse. Pero los que llevamos cicatrices tenemos la obligación de no permitir que otros las disfracen de tatuajes de moda. El honor no se hereda. El honor se sostiene y cuando no se defiende, se pierde.

Entiendo que muchos la defienden desde el cariño, la admiración y la historia compartida. No cuestiono lo que fue ni lo que significó. Solo creo que cuando una trayectoria ha sido tan valiosa, merece ser cuidada con coherencia. Recordar con orgullo el pasado también implica proteger lo que ese pasado representa. A veces, lo más noble que puede hacer un amigo es decir con calma: “te equivocaste”. O, simplemente, guardar silencio cuando no hay manera digna de justificar lo que se ve.

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