LA LIBERTAD SE PIDE CUANDO UNO LO SIENTE
Por Mónica Baró Sánchez
Miami.- También a mí me hubiera gustado que en el concierto de Bebeshito anoche se hubiera gritado libertad. Libertad para Cuba y los presos políticos. Que lo hubiera dicho el mismo cantante en el escenario o cualquier asistente entre los miles que llenaron el estadio. No pasó.
Yo entiendo a quienes se irritan, más si están en Cuba, con ver a la otra Cuba de este otro lado gozando en el concierto de Bebeshito, como si nada pasara con la Cuba que se dejó atrás, probablemente con familiares, o como si aquí no tuvieran mil y tantos problemas.
Como mismo evito juzgar a la gente que vive en Cuba y sale a divertirse a cada rato, porque la vida es una y hay que vivir, también evito juzgar a quienes hacen lo mismo acá. No creo que sea exacto decir que a las miles de personas que estuvieron anoche en el concierto no les importa Cuba ni les importa su libertad. Muchas de esas personas, estoy segura, tienen familia en Cuba. Incluso puede que algunas se encuentren aquí porque tuvieron que exiliarse por la represión castrista o porque descienden de familias que se exiliaron por la represión castrista.
Nadie puede saber la historia de todas las personas que ahí estuvieron. Tampoco nadie que no estuvo por razones políticas, antes que económicas, es necesariamente mejor persona ni mejor patriota.
Lejos de enojarnos con todos esos miles de personas, en su mayoría de origen cubano, y culparlas de todos nuestros males, deberíamos preguntarnos por qué gritaban “Sufre Otaola” y no libertad. Antes que insultar y menospreciar a esos miles de personas, desde supuestas posiciones de superioridad patriótica, deberíamos procurar entender su manera de sentir y pensar. Eso si de veras nos interesa multiplicar el compromiso con la libertad de Cuba y de sus presos políticos.
No se le puede pedir a nadie que pida libertad para Cuba poniéndole una pistola en la cabeza, es decir, bajo presión en redes sociales. No ha funcionado nunca así ni funcionará. Las personas y figuras públicas que se han sensibilizado con Cuba lo han hecho porque lo han sentido, porque se han conmovido, porque se han convencido, porque se han armado de valor, no bajo ultimátums, amenazas o actos de repudio virtuales.
Ninguno de esos cubanos que estuvo ayer en el concierto son el enemigo. Gracias a muchos de esos cubanos gran parte de Cuba seguramente tiene un plato de comida que llevarse a la boca. Segura estoy de que la mayoría tiene dos, tres y hasta cuatro trabajos, que trabaja más de 40 horas a la semana, o hasta 12 y 14 por día, para salir adelante aquí y sacar adelante a quienes dejaron atrás. Muchos seguro saben lo que es dormir en un carro, quedarse sin renta y sin idea de cómo pagar una renta, y hasta sin comida.
Tratemos de ser más amables entre nosotros. Aquí nadie nació gusano. Y muchos de los que hoy se rasgan vestiduras desde el exilio, en Cuba ni siquiera alzaron la mano en una asamblea de rendición de cuentas para quejarse por la basura en la esquina. El mismo Alexander Otaola volvió a Cuba diez u once veces, ni sé, antes de darse cuenta de que allí había una dictadura. O si se había dado cuenta, eso evidentemente no le impidió dejar de volver. Y está bien. Me alegro que haya podido volver. Pero no empezó a pedir libertad para Cuba y los presos políticos, que en Cuba hay desde 1959, al día siguiente de llegar a Estados Unidos. Para no hablar ya de si lo hizo o no en Cuba.
En un momento en que toca buscar las maneras de sensibilizar, movilizar, comprometer, los discursos agresivos contra gente común, que no es menos cubana ni menos digna que ninguna de las ofendidas desde el exilio con su asistencia al concierto, creo que lo único que logran es espantar más a la gente.
Yo entiendo el dolor, la rabia, la frustración. En enero yo voy a cumplir cuatro años de salir de Cuba y no he vuelto. Y no descubrí que en Cuba se violaban derechos humanos cuando salí a vivir afuera. Yo hice mi parte allá, hasta donde pude, y como pude. Me hubiera gustado haber tenido la fortaleza mental para hacer más y por más tiempo y permanecer, pero no fue así. Pero el dolor, la rabia y la frustración hay que saber contra quiénes dirigirlos.
Recuerdo ahora en medio de todo esto una entrevista que una vez le hicieron a Luis Manuel en la que se le preguntó qué le diría él a esos jóvenes que desde Cuba sólo pedían recargas, con lo cual se quería decir que pedían recargas en vez de estar luchando contra el régimen que los ponía a depender de familiares o amigos en el exterior, y su respuesta fue: que las sigan pidiendo. Y no lo dijo porque no le importara la libertad de Cuba sino porque Luis Manuel no daba lecciones ni orientaciones a nadie. Luis Manuel hacía. Luis Manuel predicaba con el ejemplo. Predica con el ejemplo.
Ahora, quienes necesiten desahogarse, háganlo. Suelten todo. Más quienes están en Cuba, donde la ecuanimidad es casi un lujo entre la represión y la precariedad. Pero quienes estén afuera y quieran algo más que desahogarse, quienes quieran de veras sumar y volver trending la libertad para que se grite en un concierto, piensen en cambiar la estrategia. Quizás. No sé. Porque insultar a los 20 mil cubanos que ahí estuvieron no va a lograr nada. Al contrario.