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Por Joaquín Artiles ()
Santa Clara.- Cuando te pasan por el lomo casi treinta y cinco horas sin corriente, todo se descarga. Para colmo, ahora venden unos bombillos recargables que para darte dos horas de luz, necesitan hasta diez horas conectado. No los veo enfocados. No están claros de la situación. Por cierto, de las dos horas, se pasan una como si padeciesen de diabetes lumínica.
Hay momentos en que sueño con aquellos faroles chinos de mi niñez. Un poco de keroseno, dos fuetazos de presión y llenaban de luz la casa. Mao Zedong sí era un caballo fabricando artefactos de emergencia, no como Xi Jinping que hace honor a su apellido con esos bombillitos mierderos.
Si existiera la brillantina -oluzbrillante-, juro que ya tuviera mi chismosa. Con un pomitos y un tubo fluorescente haría maravillas. Es cierto que llena de humo y peste la casa pero ya no es un problema eso. El carbón ya me tiene el camino adelantado. Hasta las arañas están tejiendo negras sus telas. No estamos claro si son familia de Spiderman o de Batman.
Ante la inflamación crónica de las baterías tuvimos que exacerbar la creatividad. Recordamos una lamparita de antes con ingredientes muy sencillos. Se necesita un pomo vacío, una mota de algodón y un chorrito de aceite. Lo del pomo está fácil pero el resto del trío está bastante complicado.
Todavía no sé qué hacía ese algodón en mi gaveta. Los milagros existen. Lo metimos en el pomo, luciendo un moñito en forma de pico. Lo difícil fue el aceite. ¡Difícil decisión! Ni Meryl Streep lo pensó tanto en «La decisión de Sofía».
Ese chorrito era la mitad de los lípidos de casa. Le metimos caña. Se enciende, se apaga, se enciende. ¿Tendrá agua? Faltó poco para echarle aceite de una lata de sardinas. Unos minutos más tarde supimos que la mitad del aceite lo gastamos por gusto. ¡Ay, Mao, por tu madre!