
Newsletter Subscribe
Enter your email address below and subscribe to our newsletter
Por Eduardo Díaz Delgado ()
Ayer hice un post hablando de una tendencia bastante extendida a nivel mundial: la inclinación de las élites universitarias —sobre todo en carreras de letras, más cercanas a filosofía e historia— hacia la izquierda durante la etapa académica y, muchas veces, también después de graduarse.
De hecho, era un vídeo de Laje, que plantea sus teorías sobre por qué ocurre eso. Obviamente, levantó ronchas. Muchas personas, sobre todo cubanas, se sintieron aludidas por las referencias que hice a ciertas simpatías con el sistema que promueve el gobierno y la cercanía con su formación, o al menos una alusión a ello. Incluso gente que es abiertamente contraria al régimen reaccionó molesta. Aunque mi intención no era hablar solo de Cuba. Sí hay ejemplos cubanos, pero la regla va más allá.
Cuba, por cierto, no es un país normal: más de sesenta años de dictadura marcan la diferencia. Quien vive el sistema en carne propia —y no está enchufado— tiende a desarrollar un rechazo casi automático al comunismo, porque lo ve fracasar todos los días. Y si a eso le sumas el deterioro constante del país, el agotamiento del sistema como tal y su mutación forzada hacia una especie de capitalismo atrasado y disfuncional —con restricciones de mercado, con deformaciones— lo que tienes es un modelo que no termina siendo ni una cosa ni la otra.
Al final, el sistema cubano recoge lo peor de cada lado: ni funciona como comunismo ni funciona como capitalismo. Y claro, evidentemente, no funciona en absoluto.
Esto hace que la tendencia en el patio nacional contraste con el resto del mundo. Gente que tiene capacidad para razonar, viviendo y viendo al experimento fallar… ¡Vamos! Pero, curiosamente, siempre hay quienes logran convencerse de que el desastre diario no es real, o de que eso no es socialismo verdadero, sino una deformación. Ya vamos por unas cuantas versiones alrededor del mundo que empiezan diciendo que lo anterior, donde falló, no era socialismo verdadero y que esta vez sí.
.0Y también sabemos cómo termina siempre. Hay gente que nunca tiene suficiente. Claro, porque la versión perfecta del socialismo que nunca existió vive feliz en su imaginación.
En el caso cubano, esto se ve con claridad: hay estudiantes que, aun rodeados de evidencias del fracaso del sistema, encuentran maneras de explicarlo, de decir que “no es socialismo verdadero”, que “es una deformación” o que “es culpa de un enemigo externo”. Lo que no perciben es que ese patrón se repite en todos lados, que jamás existió el socialismo ideal que imaginan y que, en realidad, están siendo utilizados una y otra vez por discursos populistas atractivos pero impracticables.
Me llama la atención —y lo digo con toda la calma posible— la fragilidad con la que muchas personas reaccionaron a una simple publicación. Una publicación que, en esencia, no era más que una reflexión. Bastó mencionar la relación entre ciertos ambientes de las humanidades —filosofía, arte, pensamiento crítico— y la inclinación hacia posturas de izquierda, para que se desatara una especie de carrera por desmarcarse: “yo no soy de izquierda”, “yo estoy en contra del gobierno”, “qué extremismo pensar eso”.
En el resto del mundo, los estudiantes de humanidades también tienden a la izquierda. Aclaremos: no todos los que se dedican a las humanidades son de izquierda, ni todas las corrientes de izquierda son iguales. Existe una diferencia enorme entre la socialdemocracia europea (aunque cada día el PSOE se pone más raro), por ejemplo, y un sistema totalitario como el cubano.
Pero también es innegable que en ciertos espacios académicos y culturales existe una simpatía marcada hacia visiones que, aunque en teoría pueden sonar atractivas, en la práctica han terminado alimentando dictaduras. Y sí, conviene matizar: “la izquierda” no es un bloque homogéneo. Hay socialdemócratas, reformistas progresistas, marxistas, gente que critica el capitalismo sin querer fusilar a nadie… pero todos coinciden en una cosa: les gusta sentir que defienden justicia social, y muchas veces esa justicia se basa más en emociones y moral difusa que en cómo funcionan realmente las cosas.
Para nada me sorprende la diversidad de opiniones —eso es natural y enriquecedor—, sino la sensibilidad desmedida frente a un señalamiento tan obvio. Personas con la inteligencia suficiente como para detectar el sentido del post reaccionaron a la defensiva, no porque se les acusara directamente, sino porque sintieron que se insinuaba una complicidad incómoda.
Hablaban en el vídeo de ambientes que ni siquiera están viciados por dictaduras como la cubana, sino de contextos libres, donde esa tendencia también se ve. Entonces, lo que me sorprende es la reacción: gente con la inteligencia suficiente para entender el sentido del mensaje terminó tocada en lo personal y se lo tomó como un ataque. Esa fragilidad me llamó poderosamente la atención.
Y lo más irónico de todo —y ahí iba mi análisis original— es que, en Cuba, pese a ver con sus propios ojos cómo el sistema se desmorona, hay quienes siguen defendiendo la ilusión. Eso produce un efecto aún más paradójico: convicciones que deberían caerse solas, pero que persisten en unos cuantos, mientras la sociedad se agota y el sistema exprime a quienes todavía buscan claridad en medio del caos.
Es como ver a alguien sosteniendo un paraguas roto bajo la tormenta y jurando que no está tan mal y que eso es innovación. Porque insistir en creer en lo imposible cuando tienes todas las pruebas delante de ti… bueno, eso es un talento en sí mismo.