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La interceptación de la solidaridad o por qué tu ayuda no llegará a los cubanos

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Por Irma Lidia Broek ()

Berlín.- Veo con una mezcla de preocupación y resignación cómo numerosos influencers cubanos, movidos por un impulso genuino de solidaridad, promueven ahora recaudaciones de fondos, medicamentos y artículos de primera necesidad para los afectados por el huracán. Su intención es loable, nacida de la compasión y el deseo de tender una mano a un pueblo que sufre.

Sin embargo, debo, por experiencia propia y con el peso de la amarga decepción, advertirles que se encaminan hacia un muro infranqueable. No existe manera posible, sin la injerencia y el control absoluto del régimen, de que esa ayuda llegue directamente a las manos de quienes la necesitan con desesperación.

Permítanme ilustrarles con un hecho concreto. Tras el paso del huracán Irma en 2017, administraba un grupo de alemanes solidarios con Cuba. Decidimos recolectar donaciones: desde euros en efectivo hasta ropa, zapatos, medicamentos y alimentos que, estratégicamente, compraríamos en la isla para evitar confiscaciones en la aduana. Viajamos con un contenedor de suministros y una suma considerable de dinero, con el plan de alquilar un auto particular para, de manera discreta, recorrer las zonas más devastadas de la costa de Camagüey hasta Esmeralda y Las Tunas. Nuestra lógica era simple: la ayuda directa es la más efectiva.

Interrogatorios, humillaciones

La operación duró apenas dos días. Entonces, la maquinaria de control estatal se desató sobre nosotros. Tres agentes de la Seguridad del Estado irrumpieron en la casa de mi hija, donde me hospedaba. Durante una hora, nos sometieron a un interrogatorio agresivo, nos requisaron todos los teléfonos —escudriñando cada imagen y video como si buscaran pruebas de un crimen— y me citaron para el día siguiente en Inmigración. Este detalle es crucial: poseo la ciudadanía alemana desde hace casi treinta años, pero para el régimen, nunca se deja de ser de su propiedad.

Al día siguiente, fui interrogada como una delincuente. La humillación fue profunda, calculada para quebrar el espíritu. Me obligaron a firmar una carta de advertencia que explicitaba que, si repetía «acciones de este tipo», me sería impedido salir del país. La conclusión que me fue impuesta, con una frialdad burocrática, fue clara e inapelable: las donaciones son permitidas, sí, pero deben ser entregadas al Estado. Ellos son, nos dijeron, el «único responsable» de repartir las ayudas. El mensaje era transparente: la solidaridad ciudadana es una afrenta a su autoridad, un espacio de poder que no están dispuestos a ceder.

Hace bien Marco Rubio

Regresé a Alemania no solo con las manos vacías, sino con el alma cargada de una desilusión profunda. Transmití el mensaje a mi grupo, que ya conocía la verdad, y accedí a hacerlo público. Aquella fue la última vez que pisé Cuba. Me alejé del grupo que administraba, no por falta de cariño, sino porque la herida de haber sido tratada como una criminal por el simple hecho de querer ayudar a quienes lo habían perdido todo era demasiado profunda. Conversé con mi familia y les dije que solo regresaría cuando Cuba fuera libre. Ese día me proclamé abiertamente opositora.

Es en este contexto de control asfixiante donde la propuesta del senador Marco Rubio adquiere su plena dimensión. Al felicitarlo por su legítimo deseo de ayudar a los damnificados sin la intervención del régimen, no se hace más que reconocer la realidad que he vivido en carne propia. Cualquier canal de ayuda que intente bypassear al gobierno está condenado al fracaso, a la interceptación o a la criminalización. Por ello, quienes promueven estas donaciones deben saber, con toda crudeza, que su buena fe será utilizada. No se dejen engañar: en la Cuba actual, la caridad es un monopolio estatal, y cualquier acto de genuina solidaridad humana es visto como un acto de subversión.

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