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LA INCOMPETENCIA Y NO RENUNCIAR DEBERÍAN SER DELITOS

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Por Javier Pérez Capdevila (Guantánamo)

Guantánamo.- En los espacios de poder, donde las decisiones moldean el futuro de comunidades y naciones, resulta indignante observar a aquellos dirigentes que, ante la evidencia de su incompetencia, se aferran a sus cargos como si fueran trofeos personales. Su obstinación no solo refleja una falta de ética, sino un profundo desprecio por el bien común.

¿Hasta cuándo se seguirá tolerando que el egoísmo prime sobre la responsabilidad?

Quienes insisten en permanecer en posiciones de influencia, a pesar de su incapacidad para ejercerlas con eficacia y transparencia, priorizan sus privilegios sobre las necesidades urgentes de quienes juraron representar.

Mientras comunidades enteras sufren las consecuencias de su ineptitud, ellos se resguardan en beneficios que no merecen y en prebendas que manchan el sentido mismo del servicio público.

La verdadera grandeza de un líder radica en reconocer sus límites y tener la humildad de ceder el paso cuando el momento lo exige.

La renuncia no es sinónimo de derrota, sino un acto de dignidad y respeto hacia los demás. Quienes se niegan a hacerlo no solo traicionan la confianza depositada en ellos, sino que perpetúan un ciclo de mediocridad y desesperanza.

Se necesitan líderes que entiendan que el poder es temporal, pero el impacto de sus acciones podría ser «eterno».

Para aquellos incompetentes que anteponen sus intereses a los de la sociedad… debería ser un delito: incumplimiento del deber de renunciar.

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