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La implacable sombra del Festival de Cine de La Habana

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Por Fabien Pisani

La Habana.- Hace unos días recibí una noticia que me llenó de alegría: mi película En la caliente, Cuentos de un Guerrero del Reguetón había sido seleccionada para la próxima edición del Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano en La Habana. Es una historia trágica sobre Cuba, una mirada desde la calle a los laberintos de nuestra historia reciente, y me sorprendió que la aceptaran.

Cuando En la caliente ganó el Premio Gabo hace unos meses, dije que “rescatar estas historias que pueden ser difíciles e incómodas es primordial para poder pensar e inventarse un futuro distinto”. Lo sigo creyendo, sobre todo en mi país, donde el futuro nunca se sintió tan descorazonador.

Pero la alegría duró poco. Durante varios días estuvimos sin noticias de mi película más reciente, Para Vivir, El Implacable Tiempo de Pablo Milanés. Mi equipo y yo preguntamos varias veces al comité de selección, que no respondía, hasta que finalmente llegó la respuesta: la película no había sido seleccionada.

Para vivir ha tenido un recorrido importante en festivales internacionales de primer nivel – Sheffield, Mar del Plata, Morelia y DOC NYC, entre otros –, lo que avala su calidad artística y técnica, y nos hace pensar que no se trató sólo de una decisión curatorial. Confiábamos en que su inclusión acercaría al público cubano a una historia que le pertenece y que espera. ¿De quién y desde dónde, en el opaco meandro de la burocracia cubana, vino esa decisión? ¿O acaso fue una falta de decisión porque nadie se atrevió a poner a Pablo Milanés en un cine de La Habana?

En la caliente y Para vivir son películas muy distintas, pero comparten una misma urgencia: entender la historia contemporánea de Cuba, conversar con ella, con sus heridas, sus sombras y sus luces. En última instancia, ambas son un diálogo con los cubanos, donde sea que estén, pero siempre soñé que pudieran verse allí, en sus cines, entre su gente.

El fantasma de la censura

Hace unos meses enviamos ambas películas al comité de selección del Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano, el certamen más importante de la isla, y tal vez de la región. Conociendo la larga tradición de censura hacia el cine independiente cubano, tenía mis dudas de que las aceptaran, sobre todo En la caliente, más abiertamente política, y que explora los efectos perversos de la burocracia cuando ejerce un control absoluto sobre los medios de producción y distribución cultural de todo un país.

Aun así, conservaba la esperanza de que Para vivir sí fuera aceptada. Es un retrato profundamente humano y amoroso de una figura esencial de la cultura cubana, Pablo Milanés, quien fue además mi padre adoptivo desde los dos años.

Creí que el festival sería el espacio ideal para que el pueblo cubano pudiera reencontrarse con uno de sus artistas más queridos. Llegué a pensar que los que dirigen nuestra cultura – y que desde hace tiempo parecen empeñados en hacerlo todo al revés – aprovecharían la ocasión para reparar, al menos simbólicamente, la larga historia de agravios hacia uno de sus hijos más ilustres y singulares. No estaría de más recordar uno de ellos: el intento de torpedear su último concierto en Cuba, ese concierto que todos sabíamos sería su despedida, apenas unos meses antes de su muerte.

Pero una vez más, la sombra fue implacable.

Y aunque duela, ese silencio confirma lo que muchas veces intentamos olvidar: que en Cuba el cine – como la memoria, como la palabra, como todo – sigue siendo un territorio vigilado.

Aun así, sigo creyendo en la necesidad de contar y compartir estas historias, de mirarnos sin miedo. Porque mientras se filme, se cante, se escriba, se sueñe, habrá futuro. Aunque ese futuro, por ahora, no se pueda proyectar en los cines de La Habana, seguirá latiendo en cada historia que nos atrevamos a contar.

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