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Por Oscar Durán
La Habana.- La imagen es conocida: banderas ondeando, carteles con lemas reciclados desde el ´78, caras que sonríen obligadas , y un sol que no perdona ni al más revolucionario. El Primero de Mayo en Cuba se volvió, otra vez, un desfile masivo lleno de obligados a ritmo de conga.
Quien desfiló no fue la clase obrera, sino el espejismo de una revolución agotada, sin obreros que celebrar, ni victorias que mostrar.
Marcharon, sí. Fue bastante gente, también. Marcharon los mismos que la semana pasada hacían cola para comprar una pastilla de Paracetamol, los mismos que llevan seis meses almorzando chícharos y pan con mortadela de aire. Los mismos que en las noches deben escoger entre encender el ventilador o cargar el móvil, porque la corriente no alcanza para ambas cosas.
Los jefes estaban todos. Con sus guayaberas planchadas, sus discursos ensayados y sus camionetas con aire acondicionado estacionadas a cinco metros del estrado. Allí estaba el secretario de la CTC repitiendo que el proletariado cubano es ejemplo de dignidad y resistencia, mientras a tres cuadras del acto, una madre soltera vendía cigarros al menudeo para poder comprarle leche a su hijo.
¿Dignidad? ¿Resistencia? Palabras grandes para una realidad minúscula. Porque este Primero de Mayo fue menos una jornada de los trabajadores y más una función teatral donde el pueblo hace de extra, sin libreto y sin sueldo.
La Central de Trabajadores de Cuba, en otro tiempo baluarte de luchas obreras, hoy es una oficina de correos del Partido Comunista: recibe orientaciones, las transmite, y no molesta. No representa a los trabajadores, los adoctrina. No exige mejoras, impone consignas. No defiende, delata.
En medio del desfile, uno escucha los mismos eslóganes: “¡Unidad!”, “¡Viva la Revolución!”, “¡Con Canel no hay quien pueda!”… Pero nadie habla de salarios congelados, de médicos que se van en masa, de maestros que no duran un curso escolar, de jóvenes que hacen maletas apenas cumplen 18. Nadie dice que este país lleva años huyendo de sí mismo.
El Primero de Mayo, en cualquier país libre, es un día de protesta o de celebración. Aquí es un día de simulacro. Un día donde se miente en grupo. Donde el que desfila finge que cree, el que dirige finge que manda, y todos, absolutamente todos, saben que ese teatro no lo salva ni Stanislavski.
Así que sí, desfilaron. Pero no por orgullo. Desfilaron por miedo, por rutina, por hambre, por resignación. El desfile del Primero de Mayo fue eso: la fotografía del fracaso de un sistema que obligó a sus obreros a aplaudir entre ruinas.