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Por Luis Alberto Ramírez ()
El reciente desplazamiento de naves de guerra estadounidenses en aguas cercanas al Caribe ha encendido las alarmas en el Palacio de Miraflores. Nicolás Maduro, cada vez más aislado en el escenario internacional, sabe que su permanencia en el poder depende más de la represión interna. También depende del sostén de aliados cuestionados que del respaldo de las fuerzas democráticas del mundo.
Esa soledad política lo coloca en una cuerda floja donde no tiene equilibrio ni margen de maniobra.
El gobierno de Estados Unidos ha sido claro: considera a Maduro no solo un gobernante ilegítimo, sino un actor que lidera un cartel de drogas transnacional. Este cartel amenaza la estabilidad estadounidense y envenena a sus juventudes.
Al incluirlo en la lista de terroristas, Washington abre la puerta legal y política para actuar en su contra. Bajo esa lógica, la posible salida de Maduro del Palacio de Miraflores no sería vista como una intervención militar contra Venezuela. En cambio, sería vista como la captura de un delincuente que usurpa el poder.
La secretaria de prensa de la Casa Blanca, Karoline Leavitt, reafirmó el martes que Estados Unidos está dispuesto a “usar todos los recursos de su poder” para frenar el flujo de drogas. También para llevar a los responsables ante la justicia. El mensaje es inequívoco: el régimen venezolano está en la mira y los días de impunidad parecen contados.
El gasto y la magnitud del despliegue militar norteamericano no se justifican si se tratara únicamente de una maniobra de advertencia. Todo indica que la presión irá en aumento y que el margen de supervivencia política para Maduro y su círculo cercano se reduce cada día.
La historia enseña que las dictaduras criminales suelen caer de manera abrupta. En este caso, las cartas ya parecen estar sobre la mesa: o Maduro se entrega, o lo entregan.
En definitiva, lo que ocurre hoy en el Caribe no es un simple movimiento estratégico: es el reflejo de que a Maduro le queda poco en su laberinto. El tiempo se agota para un régimen que, al robar el poder al pueblo venezolano, terminó convirtiéndose en rehén de sus propios crímenes.