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La historia detrás de la foto (XLVIII)

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Por Redacción Nacional

La Habana.- Ahí los tienen, como dos figuritas de museo, agitando banderitas con la destreza de quien ya tiene el brazo entrenado para los desfiles. El uniforme impecable, la guayabera planchada… y la realidad del país hecha un trapo. Es una postal cuidadosamente compuesta. Hay niños sonrientes al fondo, colores vivos, y dos protagonistas que llevan décadas vendiendo el mismo guion. Aunque ya ni ellos se lo crean del todo.

El acto es de esos que el noticiero repite tres veces al día: pueblo, alegría, símbolos patrios y un telón de fondo que oculta los apagones, el hambre y la migración masiva. La cámara no muestra las caras cansadas, las manos vacías, ni las cartillas de racionamiento arrugadas en los bolsillos. Aquí solo hay optimismo forzado y sonrisas fotogénicas. Todo para que parezca que todo marcha viento en popa.

Uno de ellos luce la misma guerrera de hace sesenta años, como si en la isla no existiera otra moda más que la de “combatiente en activo”. Las medallas brillan bajo el sol, pero no iluminan las calles oscuras de un país que vive en penumbra. Cada botón cerrado es un recordatorio de que, en Cuba, los líderes se reciclan más que el plástico. Además, duran más que las propias consignas que proclaman.

Teatro en casa

El otro, con su guayabera impecable, sonríe como si acabara de firmar la paz mundial. Sin embargo, lo único que ha pactado es otra foto para el archivo oficial. La prenda blanca y bordada quiere transmitir cercanía y humildad, pero no hay hilo ni aguja que pueda coser la brecha entre el discurso y la realidad. Es la vestimenta perfecta para homenajear al culpable mayor. También para cortar cintas de proyectos que nunca se terminan.

Detrás, una fila de niños disfrazados de abejitas y vaquitas, porque siempre es útil tener caritas jóvenes para suavizar el encuadre. Ellos todavía creen en el cuento que se les narra, aunque sus padres ya hagan planes para irse a otro país. En sus camisetas se lee “La Colmenita”, pero todos sabemos que, en la colmena real, la miel es para unos pocos y el resto mastica cera.

La imagen resume a la perfección el teatro político cubano. Hay dos viejos actores en el escenario, un decorado lleno de color. También una audiencia que aplaude por costumbre, no por convicción. Agitan la bandera, reparten sonrisas y se van a casa satisfechos de haber cumplido su papel.

Mientras tanto, el país sigue esperando un acto final que nunca llega. Está atrapado en una obra que ya nadie quiere ver, pero que ellos insisten en representar. Esto ocurre en medio del cumpleaños del fundador de toda esta desgracia. No faltaba más.

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