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Por Edi Libedinsky ()
La historia de William James Sidis es la de un niño prodigio de inteligencia asombrosa, cuya vida se convirtió en un experimento fallido de educación temprana y una crítica mordaz a la presión y el escrutinio público.
A menudo se le cita como una de las personas más inteligentes de la historia, pero también como un trágico ejemplo de cómo la genialidad puede ser aplastada por las expectativas.
William James Sidis nació en Nueva York en 1898. Su padre, Boris Sidis, era un eminente psicólogo y psiquiatra que emigró de Rusia y se graduó de Harvard, y su madre era médica. Boris era un firme creyente en la necesidad de nutrir intensivamente las mentes de los niños desde una edad muy temprana, y convirtió a su hijo en el foco de este experimento educativo.
El resultado fue un intelecto sin precedentes:
A los 18 meses ya leía el New York Times.
A los 6 años era multilingüe, aprendiendo latín, griego, francés, ruso, alemán y hebreo. También inventó su propio idioma, al que llamó Vendergood.
A los 8 años aprobó el examen de ingreso de la Universidad de Harvard.
En 1909, a la edad de 11 años, Sidis fue admitido formalmente en Harvard, convirtiéndose en el estudiante más joven en la historia de la universidad. Un año después, ya estaba dando conferencias a la facultad de matemáticas de Harvard sobre cuerpos de cuatro dimensiones. Se estimó que su coeficiente intelectual era de 50 a 100 puntos más alto que el de Albert Einstein.
La precoz brillantez de Sidis lo convirtió en una celebridad nacional, y los medios de comunicación lo seguían y publicaban cada uno de sus movimientos. Sin embargo, esta fama forzada y la presión académica lo agotaron.
El punto de inflexión ocurrió en 1919, cuando fue arrestado durante una protesta socialista en Boston. Durante el juicio, Sidis afirmó que era socialista y ateo, lo que provocó un escándalo público y una intensa humillación para sus padres, especialmente para su padre, cuya reputación se vio afectada por las opiniones políticas de su hijo.
Decidido a escapar de la atención y las expectativas de sus padres y del mundo, Sidis tomó una decisión drástica: renunció a las matemáticas y a la academia. Quería vivir una vida simple y anónima.
Sidis pasó el resto de su vida evadiendo la prensa y los puestos de trabajo que pudieran revelar su genialidad. Trabajó en oficinas de contabilidad en empleos de bajo salario, cambiando de trabajo constantemente tan pronto como se descubría su identidad. Buscó activamente la soledad y la mediocridad.
Paradójicamente, aunque renunció a las matemáticas, su mente nunca dejó de trabajar. Se dedicó a coleccionar boletos de tranvía, a estudiar historia americana, a escribir tratados de cosmología y a investigar sobre las tribus indias de América del Norte. Publicó obras complejas y bien investigadas, como The Tribes and the States, bajo seudónimos.
William James Sidis murió solo en Boston en 1944, a la edad de 46 años, a causa de una hemorragia cerebral, el mismo diagnóstico que había cobrado la vida de su padre.
Su historia es un trágico recordatorio de que la inteligencia extrema no siempre se traduce en felicidad o éxito, y que la búsqueda de una vida ordinaria puede ser, para algunos genios, el acto de rebeldía más grande y necesario.