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LA HIPOCRESÍA PRODUCE NÁUSEAS

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Por Oscar Durán

La Habana.- Hay fechas en el calendario que, aun con el país derrumbado, obligan al poder a maquillarse. Hoy, Día de las Madres en Cuba, Miguel Díaz-Canel ha salido con un mensaje meloso y un abrazo virtual que más que ternura provoca náusea. “Feliz Día, Madre Cubana, maestra de la cotidianidad…”, escribió en X (antes Twitter), acompañado del típico agradecimiento impostado.

Lo mismo hizo el canciller Bruno Rodríguez, otro especialista en fraseología revolucionaria sin sustancia: “Ejemplos de amor, resistencia, creatividad y sacrificio”, soltó, como si de verdad creyera en lo que escribe.

En Cuba, las madres son eso: un ejemplo de todo lo que el sistema les ha quitado y ellas han resistido. No hay flor que tape la miseria. No hay poema que justifique la angustia de ver a tus hijos crecer sin leche, sin zapatos, sin futuro. El abrazo del poder llega siempre con una mano escondida que golpea.

Desde 1921, cuando el Ayuntamiento de La Habana aprobó oficialmente el Día de las Madres, y más aún desde su extensión nacional en 1928, la fecha se ha convertido en una vitrina de doble moral para el régimen. Las madres cubanas —las mismas que cargan cubos de agua por escaleras sin luz, que hacen magia para alimentar a sus hijos con un pedazo de boniato y un huevo clandestino— son las que sostienen el país con más fuerza que cualquier ministro.

Mientras Canel y compañía lanzan tuits llenos de poesía de cartón, miles de madres pasan el día haciendo cola por un cuarto de pollo, llorando por un hijo preso por disentir, o esperando noticias de un nieto que cruzó selvas para escapar del “paraíso socialista”. Esas madres no necesitan versos, necesitan dignidad. Necesitan que sus hijos no sean carne de prisión, ni carne de exilio. Necesitan vivir sin miedo y sin hambre.

Lo más hipócrita del caso es que estas felicitaciones vienen de quienes las condenan todos los días a sobrevivir en el desastre. El mismo gobierno que hoy las alaba, les da hospitales sin jeringuillas, escuelas sin maestros, hogares sin corriente. Y cuando no pueden más, las llama contrarrevolucionarias, las tilda de manipuladas, y les lanza patrullas si se atreven a alzar la voz.

En este país, ser madre es una hazaña. Pero también, ser madre es una condena si no se tiene el “carnet correcto”. Así que, a esas mujeres de carne, sudor y coraje que sostienen esta isla como pueden, va el homenaje real. A las que no celebran, sino sobreviven. Porque si alguien merece un monumento en esta nación podrida, no son los mártires de mármol ni los generales jubilados, sino esas madres anónimas que, pese a todo, siguen pariendo amor entre los escombros.

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