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Por Max Astudillo ()

La Habana.- En Cuba, la palabra «hambruna» suena a exageración contrarrevolucionaria, pero los números no mienten. El 89% de las familias vive en pobreza extrema. Además, el 29% de la población solo come dos veces al día y el 4% se reduce a una única comida.

Estos datos, recogidos por organizaciones independientes como el Observatorio Cubano de Derechos Humanos y Food Monitor Program, cumplirían los criterios del Comité de Revisión de la Hambruna. Estos incluyen acceso calórico insuficiente, mortalidad infantil asociada a desnutrición y colapso de los medios de subsistencia.

Sin embargo, el régimen insiste en llamar «canasta básica» a la entrega de dos libras de arroz, dos de azúcar y poco más. Esto como si una bolsa de carbohidratos vacíos pudiera sostener a un ser humano. Al mismo tiempo, los cubanos rebuscan en la basura, pescan jaibas en aguas contaminadas o se acuestan con un vaso de agua azucarada para ‘engañar al estómago’.

El gobierno culpa al bloqueo. Sin embargo, la gente señala a GAESA, el conglomerado militar que controla los hoteles de lujo mientras los hospitales se caen a pedazos. La dolarización ha convertido la comida en un lujo. Un cartón de huevos cuesta el 80% de una pensión mínima. También, una libra de arroz en el mercado negro equivale a un día de salario.

Los testimonios en redes sociales muestran ancianos que sobreviven «del aire». También muestran maestros que ganan diez dólares al mes y madres que diluyen la leche en polvo para que alcance para todos sus hijos. El hambre no es un accidente: es el resultado de seis décadas de gestión inepta y prioridades torcidas.

Testimonios dolorosos

La llamada «libreta de racionamiento» es hoy una burla. De hecho, el 96,6% de los cubanos afirma que sus productos «no les sirve para comer lo que necesitan». En foros oficiales como el de Cubadebate, los comentarios de los ciudadanos desmienten la propaganda. Por ejemplo, «¿Cuándo llegará el arroz de diciembre? Ya estamos en febrero», escribe un usuario; «En Holguín no hay leche para los niños», denuncia otro.

El gobierno anuncia «arribos de buques» que nunca llegan, y mientras, la inflación galopa al 190%. El cubano promedio necesita tres salarios mínimos para costear la canasta básica, algo matemáticamente imposible.

Los testimonios más desgarradores vienen de los ancianos. Orlando, un hombre de 83 años de Ciego de Ávila, declaró en un video que sobrevive «muriéndome de hambre». Él menciona que la policía le dijo que «no podían hacer nada».

En Santiago, una mujer mayor pesca crustáceos en la costa para alimentar a sus nietos. En La Habana, otra de 94 años asegura que esto es «peor que el Periodo Especial».

La migración masiva de jóvenes ha dejado a miles de ancianos sin redes de apoyo, y los asilos estatales están «llenos» o en condiciones infrahumanas. El régimen gasta en turismo mientras el 25% de la población pasa hambre severa.

Sobrevivir

El mundo mira para otro lado. Agencias de la ONU como el Programa Mundial de Alimentos han enviado ayuda simbólica, pero el gobierno bloquea la monitorización independiente. Mientras, la represión silencia las protestas: en 2024, detuvieron a 20 personas por manifestarse contra los apagones y la escasez.

Los youtubers extranjeros que documentan la crisis —como el español José María Pastor, que muestra colas interminables y mercados vacíos— son tachados de «mercenarios». El hambre se politiza: admitirla sería reconocer el fracaso del modelo.

Al final, Cuba vive una hambruna silenciosa y negada. Los cubanos no mueren de inanición en plazas públicas, sino en sus casas, lentamente. Estos sustituyen comidas por sueños, venden sus muebles por un pollo o emigran a cualquier país, si es que pueden.

El régimen sigue hablando de «logros de la revolución», pero la realidad es diferente. Un pueblo que antes luchaba por el socialismo hoy lucha por un plato de comida. Y como resume un testimonio anónimo: «Aquí ya no resistimos: sobrevivimos».

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