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Por Jorge Sotero ()
La Habana.- Las fuerzas de la naturaleza, el deterioro total, el karma, el tiempo, la mala suerte, la desidia, el mal trabajo y la despreocupación provocaron que el precioso edificio que acogía el Instituto Superior de Diseño Industrial (ISDI) se derrumbara.
Sabía que iba a caerse. Los que pasamos por allí habitualmente sabíamos que de un momento a otro podía venirse abajo y solo abogábamos porque cuando eso ocurriera no sorprendiera a nadie cerca, para que no fuera a dejar muertos.
Finalmente, este viernes se cayó. Tanto tiempo estuvo abandonado, que no pudo más y sus paredes se doblaron, lo mismo que pasará con cientos y miles de edificaciones más en la capital cubana y otros lugares de Cuba, sobre todo si lo que tiene que caerse de verdad no termina de hacerlo más temprano que tarde.
En su languidez acelerada, La Habana solo observa cómo muchos de sus edificios más importantes ceden a la falta de atención. No hay recursos para repararlos, porque los dólares que entran a las cuentas de GAESA se destinan a hacer nuevos hoteles, más habitaciones, para, supuestamente, atraer más turistas, y que la cúpula viva mejor.
Por eso se cayó el ISDI. Porque no le pusieron ni un peso, porque a nadie le importó, porque la prioridad era la Torre K, como lo fue el Manzana Kempinski o cualquier otro de los muchos hoteles que se han levantado en La Habana en los últimos tiempos. Y también más allá: en Varadero, la cayería norte, Cayo Largo u Holguín, por mencionar solo algunos polos.
Se cayó y cuando lo terminen de derrumbar, y se lleven los escombros, es muy probable que en ese lugar levanten un hotel, o hagan un edificio de apartamentos, como el de Infanta y Manglar, para regalárselos a personajes importantes del régimen, como en su día fueron los integrantes del equipo de voleibol que ganó la Liga Mundial, ministros, personeros de la televisión y periodistas al servicio del régimen.
Me duele ver cómo se cae La Habana. No se cae por el tiempo, por la antigüedad. Se cae por el abandono de las autoridades, porque La capital cubana es una ciudad moderna y la mayoría de esas edificaciones que se vienen abajo tienen poco más de cien años y algunas ni a ese tiempo llegan. Se caen porque no las cuidan, porque no las reparan, porque no le interesa a nadie.
En la Cuba de hoy solo importa que la familia Castro, sus testaferros, y los amigos y colaboradores más cercanos vivan bien, tengan sus lujos, su buena vida. Lo demás no le interesa a nadie, y entre esas cosas que no interesan están los edificios patrimoniales, el parque habitacional, las calles, los hospitales, las instalaciones deportivas, los cines y teatros.
Piensen, por ejemplo, en cuántos cines de La Habana quedan en pie, en una ciudad en la cual la cartelera de películas casi se cogía una página de un periódico, hace poco más de tres décadas.
De esas cosas prefiero no hablar, porque a algunos les dará dolor, porque lo vivieron, y otros no lo creerán, porque les parece imposible.
Lo que tiene que caerse, de una vez, es el comunismo. Solo con el fin de la tiranía, Cuba cambiará.