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Por Luis Alberto Ramirez ()

A estas alturas del siglo XXI, seguir culpando al embargo estadounidense de todos los males de Cuba es un acto de cinismo político. También es una estrategia desgastada del régimen para ocultar su rotundo fracaso. El embargo, en efecto, ha existido durante más de seis décadas. Sin embargo, la realidad es que la crisis actual de la Isla tiene raíces mucho más profundas, internas y devastadoras que cualquier medida externa.

Lo que vivimos hoy no es una simple “afectación” económica por sanciones. En cambio, es el resultado de un embargo político, económico y de libertades impuesto por el propio régimen cubano a su pueblo. Es un embargo interno que asfixia la iniciativa privada. También criminaliza la opinión disidente, bloquea el acceso libre a internet y expulsa o encarcela a los que piensan diferente. Esto mantiene a los cubanos sometidos a un sistema de control total, donde el ciudadano solo sirve como engranaje del aparato ideológico.

La narrativa oficial repite que el embargo norteamericano es “el culpable”. Sin embargo, no explica por qué países sin bloqueo alguno, como Venezuela, Nicaragua o Corea del Norte, también atraviesan crisis similares bajo regímenes autoritarios.

Tampoco se detiene a considerar que durante la época de mayor colaboración con la Unión Soviética, cuando el embargo ya existía, el modelo cubano era igualmente improductivo. Era dependiente y represivo.

Un modelo arcaico y agotado

Más aún, ¿cómo se explica que, en tiempos recientes, cuando existieron aperturas como la de la administración Obama, Cuba no aprovechó el alivio parcial de restricciones para construir una economía funcional y autónoma? La respuesta es clara: el régimen no quiere cambios reales. Prefiere sacrificar el bienestar del pueblo antes que perder el control absoluto.

La decadencia actual no es obra de una política exterior estadounidense, sino del agotamiento de un modelo centralizado, ineficiente, corrupto e ideológicamente obsoleto. Un modelo que, en lugar de liberar fuerzas productivas, las encarcela. Que, en vez de facilitar el crecimiento, lo regula hasta ahogarlo. Que, en vez de empoderar al ciudadano, lo reduce a súbdito.

El embargo hace daño, sí. Sin embargo, el mayor daño a Cuba lo causa el embargo interno: ese que impide a los cubanos elegir a sus gobernantes, decidir su destino, emprender libremente, informarse sin censura y vivir sin miedo. Ese es el verdadero muro que debe caer.

Hasta que el gobierno no levante ese embargo brutal contra su propio pueblo, seguirá el régimen en guerra, pero no contra Estados Unidos. Su guerra es contra Cuba.

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