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Por Irán Capote
Pinar del Río.- Fui al mercado. Compré unas verduras y un encurtido para la dieta. Bueno, más bien, Yano y Alejandra insistieron en que comprara una cubeta entera de vegetales encurtidos. Yo no quería porque, aunque el precio me parecía justo, el tamaño de la cubeta alcanzaba para un batallón de gente y con estos constantes apagones, lo más probable es que se echara a perder.
Pero ellos cayeron con la cantaleta: “¡Mira el tamaño, mijo, mira el tamaño! “ ¿Tú sabes todo lo que resuelves con esa cubeta cuando se vacíe? Lo mismo te sirve para guardar el arroz que para acumular agua…” Argumentaban.
Y yo: “¿Qué arroz? ¿Qué agua?”
La amable vendedora de encurtidos, ante mi duda vio una posibilidad de venta y se sumó a la insistencia de mis compañeros de compra: “Niño, solamente la cubeta vacía cuesta más de lo que estamos cobrando por el producto completo. Estas cubetas son duraderas, caben donde sea… y tiene su tapa y to’. Aprovecha.”
Hacía sol, aquellos me tenían ya ansioso y terminé comprando el dichoso encurtido con la promesa de que había que repartirlo, porque yo no iba a comer esa cantidad agria de coles y pimientos.
Así que, partimos calle arriba cubeta en hombros hasta la casa de Alejandra, donde su abuela Gudelia echaría una parte para otra vacija, mientras explicaba todas las normas higiénicas para que el producto no fermentara tan rápido y resistiera más.
Entre col y col -nunca mejor dicho-, le echó un ojo a las jabas con zanahorias, rábanos y pimientos. Me hizo un gesto de: “¡Candela!” Y sin otra explicación le dije: “La dieta, hija, la jodida dieta que me tiene la vida hecha un yogurt”.
Y ella, mientras vaciaba parte del encurtido en un pozuelo, me dice: “Te falta la fibra, pero esa yo te la resuelvo. Eso es lío mío. “
Yo pensé que iba a regalarme unos cuartos de pollo o un tubo de picadillo. Porque más dadivosa que ella no la hay.
Ya nos íbamos, cuando sin gota de vergüenza en esta cara, le digo: “Dame la fibra, que me voy ya…”
Y con la bembita estirá, señaló a unas tejas agrupadas en la terraza.
“Cógela ahí “, me dijo, y estalló en risa.