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Por Yeison Derulo

La Habana.- Mientras el pueblo cubano sigue haciendo colas infinitas para conseguir un poco de arroz, las madres se levantan a las cuatro de la mañana para ver si aparece un paquete de pollo, los salarios se evaporan antes de tocar la mano y los apagones siguen marcando el pulso de la vida diaria, desde la Feria Internacional de La Habana (FIHAV) llega una noticia que suena más a burla que a desarrollo económico.

Resulta que una empresa rusa de nombre RinOK SA anunció que inundará los hoteles y tiendas destinadas al turismo con refrescos gaseados, chips, cervezas y vodka, productos “de calidad” destinados —según ellos— a satisfacer a los visitantes rusos que pasan unos días en la isla. Todo esto en un país donde los cubanos no tienen acceso ni a la mitad de lo que se venderá allí.

La directora de la compañía, Alena Varkentin, detalló que ya negocian con Gaviota y la cadena Meliá para distribuir estos productos en hoteles donde, por supuesto, ningún cubano puede alojarse a no ser que viva allende los mares.

Varketin aseguró también que abrirán el próximo mes una tienda en La Habana Vieja —la Florida— donde venderán harina, aceite, leche condensada y otras mercancías que llegaron en contenedores rusos. Mercancías que no verán las bodegas, ni las placitas, ni los mercados estatales, ni mucho menos ese cubano que todavía vive con libreta y esperanza.

Entre los bienes que pronto circularán por esos espacios “selectos” están las confituras y chocolates Alenka, una marca reconocida entre turistas y entre los mismos cubanos que, paradójicamente, no podrán comprarlos porque vivir en Cuba se ha vuelto el castigo más caro de todos.

Otro contenedor con vodka llegará en breve, destinado igualmente a los hoteles, donde el consumo extranjero siempre tiene prioridad por encima de cualquier necesidad nacional. Una vez más, lo mejor para el visitante; lo que sobra, para el pueblo —si es que sobra algo.

Negocio de millones de dólares en plena crisis

RinOK SA forma parte del stand ruso en FIHAV 2025, junto con compañías de construcción, energía e industria automotriz. Una feria donde se negocian millones mientras el país vive una crisis económica que no da respiro, donde se exhiben productos que jamás llegarán a las familias cubanas, se aplauden acuerdos con pompa y discursos y los más vulnerables siguen esperando soluciones que nunca llegan. Más de 700 empresas de 52 países participan este año, pero ninguna parece traer una respuesta real al desastre cotidiano que vive la gente.

La Feria Internacional de La Habana cerrará sus puertas el sábado, entre fotografías oficiales y titulares triunfalistas. Una vitrina de prosperidad artificial que contrasta con la Cuba que empieza cuando se apagan las luces del recinto ferial: la Cuba real, la de los apagones, la del pan que no aparece, la de los ancianos contando monedas, la de los niños que crecen viendo vitrinas llenas que no fueron hechas para ellos. En un país hundido en carencias, cualquier anuncio de abundancia que no toque al ciudadano común no es desarrollo: es una falta de respeto. Y esta, sin dudas, lo es.

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