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Por Anette Espinosa ()
La Habana.- Que el Diario Mayabeque haya borrado su artículo «Que no muera la esperanza» es, quizás, el único gesto de coherencia que ha tenido el régimen en años. Porque en Cuba, la esperanza no está en cuidados intensivos: ya firmaron el acta de defunción. Y no hace falta ir a una funeraria para comprobarlo.
Basta con vivir aquí, donde hasta los muertos son maltratados por un sistema que los despacha en cajas de madera podrida y los transporta en carros que parecen chatarras reanimadas con alambre y resignación, si es que aparecen carros.
El texto eliminado —ese que hablaba de la «agonía prolongada» en la Funeraria San José— era un retrato en miniatura del país: gestión que falla, recursos que no llegan, sensibilidad humana convertida en especie en extinción. Pero lo más revelador no era lo que decía, sino el hecho de que lo censuraran. Porque en Cuba, señalar la miseria es un delito mayor que causarla. Y si hay algo que este gobierno no tolera es que le recuerden su fracaso, aunque sea con la discreta elegancia de un periódico provincial.
Imagino las presiones al director, Wilber Pastrana. las llamadas a despacho. Los dedos inquisidores, el riesgo de perder el puesto. Las amenazas de cualquier tipo.
Los comentarios en redes lo dejan claro: «Cuando eres el dueño de todo, tienes la obligación de responder por todo. De lo contrario, den un paso al lado». Pero aquí nadie da un paso al lado. Ni los ineptos que gestionan funerarias sin ataúdes, ni los burócratas que firman informes sobre «inversiones millonarias» en edificios que se desmoronan, ni los dirigentes que hablan de «resistencia» desde sus oficinas con aire acondicionado. El único que da pasos al lado es el pueblo, hacia el exilio o hacia el abismo.
Lo de las funerarias no es un detalle macabro: es la metáfora perfecta. Ataúdes que son cajas de palés mal clavadas, carros fúnebres que no arrancan, flores mustias vendidas a precio de oro. «¿No hay otro?», preguntan los familiares al ver el féretro gris que ni siquiera respeta la distancia entre el rostro del cadáver y el cristal sucio. No, no hay otro. Como no hay medicinas, ni luz, ni futuro. Solo hay esto: un país que entierra a sus muertos con la misma dejadez con que entierra a sus vivos.
Y mientras, los jerarcas provinciales —los mismos que ordenaron borrar el artículo— siguen hablando de «dignidad» y «humanismo». La misma palabrería de siempre, mientras las familias recogen a sus muertos entre lágrimas y los hospitales —«que dan ganas de llorar»— siguen siendo antesalas de la misma funeraria miserable.
«Prioricen antes de morirse», dice un comentario. Pero no priorizan. No pueden. O no quieren. Porque un sistema que convirtió la supervivencia en un acto heroico no está diseñado para solucionar, sino para administrar el desastre.
Así que no, la esperanza no «no debe morir». Ya murió. La mató la misma mano que borró el artículo, la misma que firma cheques para reparar funerarias que siguen en ruinas, la misma que exige «paciencia» a quienes llevan décadas esperando algo que no sea más miseria.
Lo dijo otro comentario, con crudeza de epitafio: «Lo más triste es que no hay esperanza de recuperación». Y es verdad. Porque cuando hasta la muerte se vuelve indigna, ¿qué queda por salvar?
(El artículo aparece y desaparece en la web y ahora mismo nadie sabe si está o no. Hay quienes dicen que se puede leer, pero desde La Habana es imposible)