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LA ECONOMÍA DEL APLAUSO

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Por Oscar Durán

La Habana.- Díaz-Canel volvió a ponerse el traje de Presidente de Power Point y clausuró el Noveno Congreso de la Asociación Nacional de Economistas y Contadores de Cuba (ANEC) con el mismo entusiasmo con que se anuncian bombillos ahorradores en medio de un apagón.

“Ustedes han reafirmado la misión de contribuir al desarrollo económico sostenible”, soltó con solemnidad. Aplausos. Fotos. Sonrisa para la prensa. Y la misma Cuba empobrecida a la salida del salón.

El congreso fue, según él, un “ejercicio de análisis y aportaciones”. Pero lo cierto es que, mientras hablaban de “resistencia y creatividad”, miles de cubanos seguían haciendo malabares para conseguir el pan nuestro de cada día. Porque sí, señor Presidente, resistimos. Pero resistimos con hambre, con apagones y sin esperanzas. Y no porque nos falte talento, sino porque nos sobran dirigentes incompetentes.

Limonardo dijo que no estamos vencidos ni derrotados, que hay que resistir “avanzando y creando”. ¿Crear qué, exactamente? ¿Otro plan quinquenal que termine en ruina? ¿Otro sistema de comercio interior que sirva solo para engordar la burocracia? ¿Otra empresa estatal socialista que no sabe vender ni maní?

El mismo guion de siempre

El mandatario, fiel a su guion, culpó al “imperio” por acosar la economía. Ya ni se sonroja cuando dice que la economía cubana está siendo perseguida. Como si el bloqueo interno de trabas, decretos obsoletos y prohibiciones no existiera. Como si la inflación fuera un invento yanqui. Como si el pueblo no supiera que el colapso económico actual tiene nombre y apellidos: Partido Comunista de Cuba.

Eso sí, pidió a los economistas que lideren “la batalla fundamental” y que conviertan los documentos del Congreso en “guía de trabajo”. Pero la guía real para sobrevivir la tiene el carretillero que cambia dólares en una esquina, el cuentapropista que evade impuestos para no quebrar, o el cubano de a pie que calcula a diario cuántas calorías puede consumir sin morirse.

Habló también de unidad, de participación, de reforzar las organizaciones de base. Palabras bonitas para disfrazar la ineficiencia, como si la solución al caos económico fuera organizar mejor las asambleas sindicales.

Terminó el discurso pidiendo que los ministros analicen el documento de la Comisión 1. Un documento que, según él, describe con “precisión metodológica” los problemas estructurales del país. ¿Y qué hacemos con eso? ¿Lo enmarcamos? ¿Lo mandamos a imprimir en papel reciclado porque no hay tinta ni impresora que aguante otra mentira?

Mientras tanto, los premiados por “la Obra de Vida” en economía son homenajeados en medio de una debacle sin precedentes. ¿Qué clase de economía han construido? ¿Dónde están los resultados de esa vida entera dedicada a la contabilidad revolucionaria? La única contabilidad que el pueblo ve es la del déficit, la inflación y la migración masiva.

Al final, Limonardo prometió más encuentros, más espacios de debate. Más de lo mismo. Más discursos sin soluciones. Más optimismo de salón. Más reuniones que terminan con un aplauso, un himno y el pueblo, allá afuera, sobreviviendo con tres pesos y una esperanza en fuga.

Así clausuran los congresos en Cuba: con flores y aplausos para los de siempre y sin pan para los de abajo.

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