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Por Carlos Carballido ()
Dallas.- Los caballeros no tienen memoria, decía mi padre. No recuerdo las tantas veces que me revolqué con aquella doctora de la familia pero guardo como una obsesión la última.
Hacía calor esa tarde en medio del bullicio del barrio marianense. Más allá de su cuerpo torneado fueron sus últimas palabras con voz entrecortada por el intenso cabalgar las que no he podido olvidar: “Conociéndote como te conozco, ese cuento de que vas a regresar de México no es cierto. Deberías hablarle claro a tus padres”.
Eran tiempos turbulentos en Cuba para ser sinceros en una declaración de ese tipo. Salir por cuenta propia solo era posible si te comprometías a regresar y aún así un oficial de inmigración hacia un inventario de las pocas cosas que había en tu casa como condición previa para otorgar el salvoconducto de viaje.
Entre sobornos y más de una ayuda en el aeropuerto pude abordar un viejo IL 62 desde dónde ví desaparecer para siempre las palmas debajo de la ventanilla.
Lo demás ha sido una sucesión de fracasos y derrotas, de ponerme de pie y avanzar y de algunos pequeños éxitos indiscutibles para un hombre de principios. Una vida de exilio próximo a sus tres décadas, viendo como la posibilidad de regreso en un Cuba libre de esa manada de tiranos y gente desarraigada es un imposible.
La ínsula es hoy una quimera inservible e insalvable. Una factoría que no se cansa de parir generaciones sin rumbo ni sentido y que fagocitan con furia a las honorables excepciones que surgen y a los que de este lado seguimos afirmando que por ahí no van las cosas.
Una generación que sale como Pedro por su casa a diferencia de la nuestra que prácticamente salía en calzoncillos. Una generación que le dan fiesta de despedida para recordarles que hay que mandar el combo y la recarga. La nuestras recibían huevazos, latas de orine y la negación de familiares y amigos que hoy, en un ejercicio de amnesia disociativa, te revientan el WhatsApp como si nada hubiera pasado.
Son los cambios. Lo entiendo. Pero cambios solo de subsistencia. Salir para regresar al año y un día y llevarle al barrio un par de basuras que nunca les resolverán los problemas. Migajas “pseudopudientes“ que los diferencian de aquellos que dejaron atrás.
Al final es muy cómodo vivir así… En la diferencia y no en el igualitarismo que disfrazan de amor a la familia y la nostalgia.
Una vez le escuché decir al Arzobispo de Santiago de Cuba, monseñor Pedro Maurice, que Cuba era un pueblo desarraigado y hoy le doy la razón, como también se la tuve que dar a aquella escultural doctora de la familia que sabía que tomaría un camino sin regreso, sin ataduras ni lastres.
En lo que sí debí hacerle caso fue en decirle a mis padres. Se los tragó la tierra en esa isla maldita mientras esperaban día a día que yo regresara. Y no pasa un solo minuto sin que eso me queme las entrañas.