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Por Luis Rodríguez Pérez ()
Quivicán.- Todo subió de precio, y el aumento de los salarios fue,la cruel distracción del que empuja con malabares el puñal, y el de la víctima que muere contento. Y se vieron los infelices ancianos por primera vez en sus vidas con mil o dos mil pesos. Sus ojos se iluminaron y, al término de una miserable existencia, les sembraron un comienzo.
Humo de sangre y veneno sembraron en mis ancianos. Ayer vi un vídeo, donde uno de ellos comía un mango verde y un trozo de pan: -«¿Tienes hambre?» -le preguntaron. Y, claro que sabían la respuesta, pero la pregunta era para ellos, no les bastaban sus ojos; o quizás esperaban un milagro, que el viejo fuera el actor en una cámara oculta, o un loco, pero nunca la realidad.
Finaliza la recepción, se despide, apura lo que queda de su cóctel, monta en su auto climatizado: -¿Qué quieres hoy de comida? -le pregunta por teléfono, su mujer.
Llega al lugar, los jóvenes están sentados:
-El sentido de felicidad no es el que nos quieren imponer, que es el de acumular cosas materiales. Sino, que el sentido de felicidad sea la felicidad colectiva en nuestra espiritualidad -les dice
Vuelve a montar en su auto, marca un número, habla, marca otro número:
-Amor, mañana a las 9 tienes el vuelo a Cancún, para que te arregles el pelo.