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Por Albert Fonse ()
Ya empezaron a aparecer. No con palos ni patrullas, sino con frases disfrazadas de sensatez. Que si “esto es solo por ETECSA”, que si “no dijeron la palabra libertad”, que si “se reúnen mucho”, que si “esto no va a ningún lado”. Así opera ahora la dictadura: enfriando lo que no puede apagar de golpe. Algunos, sin saberlo o sabiéndolo muy bien, le hacen el juego.
La estrategia es clara: desinflar, desanimar, debilitar. Crear la sensación de que nada sirve, que todo es manipulado, que nadie es confiable. El peligro más grande no es la represión. Es el descrédito. Esa vocecita que insinúa que todo esfuerzo es inútil, que todo acto de protesta está contaminado desde el origen. Esa es la trampa. Muchos han caído en ella.
El régimen está haciendo reuniones a puertas cerradas. No para resolver nada, sino para ganar tiempo, identificar posibles líderes y volver a controlar lo que se les fue de las manos. Pero la protesta ya ocurrió. Ya retumbó. Fue nacional, coordinada, estudiantil. En Cuba, eso no es poca cosa. Es un síntoma. Es una grieta. Es un mérito. No por las demandas que expresaron, sino por lo que desataron.
No me creo que esto fue solo por el precio del internet. Ese fue el pretexto. Lo que hay debajo es hambre, apagones, frustración, rabia. Estos jóvenes saben quiénes son los presos del 11 de julio. Saben lo que hay detrás de cada consigna y cada silencio. Salieron porque estaban cansados. Aunque no dijeran todo, dijeron bastante.
Esta protesta reveló algo que debemos observar con atención. La red creada por la dictadura, sus organizaciones estudiantiles y sus canales de control interno, se les puede volver en contra. Hoy se organizó una protesta nacional desde dentro de su propia estructura. Mañana podría hacerlo un sector del ejército, la policía o los trabajadores del transporte. Las condiciones existen. Lo que falta es que la chispa salte.
Desde el 11 de julio, el pueblo no ha parado. No han sido grandes estallidos, pero sí constantes señales. Protestas por apagones, madres exigiendo libertad para sus hijos presos, estudiantes protestando por las tarifas. Cada uno con su reclamo. Cada uno con su fuego. Ese calor no hace más que aumentar.
Nadie debe restar. Nadie debe confundir. Nadie debe decir que no vale la pena si no es perfecto. La dictadura ha sobrevivido gracias al desánimo, al miedo, al aislamiento de las causas. El deber ahora no es cuestionar el gesto, sino amplificarlo. Hay que sumarse.
No se trata de estar de acuerdo en todo. Se trata de empujar hacia el mismo lado. En un país donde el silencio ha sido la norma, atreverse a decir basta, aunque sea por un tema puntual, es un acto mayor. Cuando eso se contagia y se extiende, puede ser el inicio de algo irreversible.
La dictadura no cae con una consigna perfecta. Cae cuando el miedo cambia de lado. Eso ya está empezando a pasar.