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Por Albert Fonse ()
Durante la época colonial, los mayorales eran los encargados de vigilar, castigar y someter a los esclavos en nombre del amo. No solo aplicaban el látigo, también eran estrategas del miedo: dividían, manipulaban, vigilaban, premiaban y castigaban según convenía al poder. Hoy, más de dos siglos después, la dictadura cubana actúa igual. Cambió las herramientas, pero no los métodos. El Partido Comunista ha convertido al pueblo cubano en una masa de esclavos modernos, oprimidos con las mismas lógicas de control que usaban los mayorales de las plantaciones.
Ayer se azotaba en la plaza del ingenio, hoy se exhibe a los detenidos en videos forzados pidiendo perdón o siendo “confesados” en medios oficiales. El régimen encarcela con penas desproporcionadas, reprime con brutalidad y expone al escarnio a todo el que se atreva a levantar la voz. La represión no duerme: como los rondones coloniales que vigilaban los campos por la noche, hoy las patrullas de la Seguridad del Estado y la policía política vigilan los barrios cubanos, impiden reuniones y hostigan a quienes sospechan de “pensar distinto”. El miedo colectivo sigue siendo el grillete más fuerte.
Los mayorales premiaban a quienes delataban a sus compañeros. La dictadura cubana ha institucionalizado esta lógica con los CDR, los informantes y la vigilancia digital. Pero el control va más allá: igual que los esclavistas fomentaban la división entre etnias africanas para evitar alianzas (yorubas por un lado, congos por otro), hoy el régimen siembra división entre orientales y habaneros, entre exiliados y “quedados”, entre “revolucionarios” y “traidores”. Además, como en la colonia se difundían rumores de castigos divinos o represalias extremas para desmoralizar al esclavo rebelde, hoy se usa la propaganda para crear desesperanza: que no hay solución, que nadie apoya, que todo es en vano. El objetivo es el mismo: desactivar la voluntad de lucha.
En las plantaciones, los esclavos obedientes recibían mejor trato o pequeños privilegios. Hoy, el régimen cubano permite viajes a hoteles y ciertos beneficios a los que aplauden, militan o colaboran. No se premia el talento, se premia la lealtad política. Esto crea competencia, envidia, desconfianza. Como antes, la estrategia es romper la solidaridad y mantener al pueblo dividido.
Antes se usaba la religión para enseñar obediencia: “Dios te premiará si no te rebelas”. Hoy se usa la ideología comunista como doctrina obligatoria. Desde niños, los cubanos son adoctrinados a rendir culto al Partido, a los héroes revolucionarios, a la historia oficial. Pensar diferente es pecado. Dudar es traición. Como en las plantaciones se prohibían los rituales africanos, hoy se reprimen religiones independientes, se criminaliza la fe libre y se vigilan hasta los festejos populares. Todo lo no controlado es sospechoso.
Los esclavos eran alejados de los centros urbanos para que no tuvieran contacto con otras ideas. Las plantaciones estaban lejos. Igual hoy: el cubano común no tiene acceso libre a internet, no puede viajar libremente, no puede leer lo que quiere. La dictadura no solo censura, también oculta lo que ocurre fuera y dentro. Así como los mayorales escondían las rebeliones en otras regiones para que los esclavos no supieran que era posible ganar, el régimen cubano oculta las protestas, tergiversa los hechos y reprime a quienes informan. El objetivo es el mismo: evitar que el esclavo sepa que puede ser libre.
Igual que los amos permitían fiestas religiosas o bailes vigilados para que el esclavo canalizara su frustración sin rebelarse, hoy el régimen organiza carnavales, conciertos y espectáculos como método de distracción. Todo bajo control. Se permite la música, pero no la protesta. Se permite la alegría, pero no la indignación. Pan y circo. Exactamente como antes.
En la colonia, los esclavos más “peligrosos” eran vendidos o trasladados lejos. Hoy, el régimen presiona a los opositores para que se vayan del país y convierte al talento nacional en mercancía de exportación. Médicos, ingenieros, deportistas son enviados al extranjero a trabajar bajo vigilancia, sin derechos ni libertad. Una versión moderna del esclavo alquilado.
La dictadura cubana no abolió la esclavitud: la reinventó. Usa los mismos métodos que los mayorales coloniales: represión, vigilancia, división, adoctrinamiento, censura, premios selectivos, aislamiento y expulsión. Solo que ahora el látigo se llama Seguridad del Estado, el mayoral se llama militante, y la plantación es una isla entera.
El látigo lo empuña el mayoral, pero las cadenas las pone el amo. En Cuba, ese amo se llama Partido Comunista. La conquista de la libertad no llega esperando clemencia del amo, sino enfrentándolo. Es hora de dejar de ser un pueblo domesticado y convertirse en un pueblo en pie. El Partido Comunista debe caer, no por diálogo ni reformas, sino porque un pueblo digno no obedece al que lo esclaviza. La calle no espera: se toma. La libertad no se suplica: se conquista.