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La dictadura como religión: Fidel como dios, el Che como santo y el comunismo como liturgia

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Por Albert Fonse ()

La dictadura cubana no es simplemente un sistema político. Es una religión pagana, impuesta por la fuerza y sostenida por el culto. No gobierna: predica. No administra: impone dogmas. No convence: canoniza y excomulga. En Cuba, desde hace más de seis décadas, se vive bajo un régimen que no solo adoctrina, sino que exige fe absoluta.

Fidel Castro no fue un líder. Fue un dios de carne y barba. Omnipresente en las aulas, en los libros, en las paredes, en los noticieros, en las marchas obligadas. Su palabra era ley, sus ordenes eran doctrina. Murió, pero no lo enterraron: lo mitificaron. En vez de estatuas, hay frases sagradas.

El Che Guevara, por su parte, fue elevado al rango de santo mártir. No importa que fusilara sin juicio ni que despreciara a los homosexuales. Se le recuerda con estatuas, estampitas, murales, camisetas… como si fuera un San Jorge revolucionario. Los niños repiten frases suyas como oraciones. Lo pintan con aura de eternidad, ocultando su fanatismo ciego y su desprecio por la vida ajena.

Como toda religión autoritaria, el comunismo cubano tiene su propia liturgia. Los matutinos escolares son misas obligadas. Los desfiles son procesiones. Las consignas son salmos gritados al unísono. El himno nacional dejó de ser un canto patriótico para convertirse en una plegaria al sacrificio eterno, mientras la verdadera patria fue secuestrada por los sacerdotes del poder.

El PPC como el Vaticano caribeño

Quien no comulga, es hereje. El “contrarrevolucionario” ocupa el lugar del demonio. Y por encima de todo, hay un dogma central, un mantra obligatorio, un pecado original eterno: el bloqueo. Es el culpable de todo: del hambre, del apagón, de la inflación, de las colas, de la miseria. Esa palabra se pronuncia como una maldición y se usa como explicación para absolutamente todo, aunque Cuba comercie con medio mundo y reciba millones del exilio. En esta religión, el bloqueo es el diablo invisible que nunca se ve, pero al que todos deben temer y culpar. Negarlo es herejía, cuestionarlo es traición.

El Partido Comunista actúa como Vaticano caribeño. No representa a la mayoría, pero decide por todos. Se proclama infalible, aunque nunca se someta a juicio. No se vota por él: se le rinde pleitesía. Sus miembros no son simples burócratas, sino clérigos de una iglesia política que jamás acepta culpa ni permite reformas.

Aun así, algo ha comenzado a quebrarse. Cada día son menos los que creen. Muchos de los que aún repiten consignas lo hacen por rutina, por miedo o por inercia. Otros, simplemente por conveniencia: el culto ofrece privilegios si sabes arrodillarte. Lo que antes fue fe ardiente hoy es superstición tibia.

Ese es el punto débil del sistema. El culto solo sobrevive mientras se simule creer. Basta con dejar de aplaudir. Basta con hablar sin miedo. Basta con enseñar al hijo que Fidel no es dios ni el Che fue héroe. Basta con decir la verdad en voz alta, aunque sea en la cocina, aunque sea en susurros. Porque toda religión impuesta muere cuando se pierde el miedo al castigo, al delator (chivato) y a la inquisición (represión) que la sostiene….

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