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Por Yeison Derulo
Santiago de Cuba.- Hay que tener poca vergüenza para organizar un encuentro sobre cementerios patrimoniales en un país donde la vida se está muriendo. Mientras el cubano se rompe la cabeza buscando un pedazo de pan o una pastilla de dipirona, el régimen monta conferencias en hoteles de lujo para hablar de tumbas, mármoles y esculturas. Ni a Kafka se le hubiese ocurrido una ironía tan grande: celebrar el “Día de la Cultura Cubana” con un simposio sobre cementerios, justo cuando la nación entera parece un camposanto sin flores ni epitafios.
Dagoberto Gainza, un actor talentoso al que el sistema ha usado más de una vez para disfrazar la miseria de gala, fue el encargado de “dar la bienvenida” encarnando a Santiago Apóstol. Qué simbólico: un santo que llega a bendecir la putrefacción cultural de un país que perdió su alma hace rato. Mientras tanto, en la calle Enramadas, los apagones revientan las noches, los niños piden pan y los hospitales no tienen ni gasas. Pero ahí estaban ellos, reunidos, filosofando sobre la “memoria” y el “alma” de la ciudad.

Luis Noel Doulot habló de una “inmersión profunda en la memoria y el alma de una ciudad que no olvida su patrimonio”. Qué bonito suena, y qué falso también. La memoria de Santiago de Cuba no está en los mausoleos de mármol, sino en las casas agrietadas, en las madres que hacen milagros con un pedazo de yuca, en los jóvenes que se lanzan al mar buscando un futuro. Deberían hablar de esos cementerios invisibles donde reposan las esperanzas de millones de cubanos que nunca tuvieron una tumba digna ni una vida decente.
Luego vino Omar López Rodríguez con su conferencia sobre los “atributos” de la ciudad santiaguera. Seis paisajes, dice, entre ellos el Cementerio Patrimonial Santa Ifigenia. Claro, el mismo donde descansan los restos de Fidel Castro, el hombre que convirtió a toda Cuba en un cementerio colectivo. Hablan de patrimonio, pero lo único que han logrado preservar con celo es la represión. Las calles están destruidas, los teatros cerrados, los museos vacíos. Pero eso sí: los cementerios relucen.
El colmo fue cerrar el evento con exposiciones fotográficas y “objetos funerarios”. Qué metáfora más precisa del país: una vitrina de muertos para entretener a los vivos. Mientras la cultura cubana se desangra, el gobierno aplaude su propio funeral con copas de vino en el Meliá Santiago. Tal vez tengan razón: en esta isla, lo único que realmente sigue en pie, con organización y protocolo, son los cementerios. Todo lo demás —la dignidad, la verdad y la esperanza— ya está bajo tierra.