Santiago de Cuba.- ¿Qué es la polarización política? ¿Cuándo la polarización es – o funciona como – un comodín político? ¿Cuándo es realmente una manifestación de las contradicciones políticas de una sociedad? ¿Cuándo es un espejismo de la atomización social y política?
¿Qué se asume como extremismo político, qué como radicalidad política?
¿Qué identificar como lo reformista, lo conservador o lo revolucionario en medio de las contradicciones de una sociedad? ¿Qué lugar tiene la legitimidad política en el algoritmo de la política, en el algoritmo del diálogo político?
¿Es posible, de interés o necesario, dialogar con lo que carece de legitimidad política?
¿Se puede obtener y alcanzar legitimidad política sin existir políticamente?
¿Se negocia o dialoga políticamente con lo que no existe? ¿Se puede obtener legitimidad política sin crear estructuras? ¿Qué es la igualdad política? ¿Cuándo no se tiene? ¿Cómo se enfrenta a la ausencia de igualdad política en un sistema político sin legitimarlo? ¿Qué pueden oponer los excluidos políticos, sociales y económicos a las causas y las estructuras que desarrollan y garantizan todas las formas de exclusión? ¿Cuándo los excluidos plantean un auténtico desafío a la exclusión y a los que se reservan como un privilegio los derechos políticos?
¿Cuál es el dilema de los intelectuales frente a la exclusión política?
¿Cuál es el dilema de los excluidos frente a las estructuras -las culturas y prácticas- políticas que sostienen la exclusión y su propia falta de liderazgo, o su fragmentación, división y banalidad?
Algunas de estas preguntas se las hice a unos amigos cuando alguna vez me hablaron de un Observatorio que para mí nacía con un intoxicación de usos académicos, otras las he venido haciendo en los últimos tiempos como una reflexión pública.
Algo tengo claro, las lecciones políticas más importantes para la Cuba de hoy, para el qué hacer en las contradicciones actuales, las siguen dando los revolucionarios de la década de los cincuenta.
Estas lecciones son, incluso más después de la perversión, corrupción y declive de muchos de sus esfuerzos, lo único decente, serio y virtuoso que en política se puede hacer sin correr el riesgo de envilecerse o triunfar, si ello es éticamente posible, como un oportunista.