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Por Jorge Sotero ()
La Habana.- Un buen amigo, a manera de chiste, dice siempre que no entiende los motivos por los cuales la cigüeña fue tan cruel con él y lo soltó sobre Cuba. Dice que la referida ave debió lanzarlo un poco más al norte, al sur, al este o al oeste, pero no sobre Cuba.
Mi amigo no entiende porqué en Cuba el acarreo de las cosas elementales para vivir resulta tan extremadamente complicado. No solo se refiere a la endémica escasez que sufre Cuba, un lugar donde cuesta mucho encontrar lo que se necesita para vivir. Sino a lo difícil que resulta encontrar todo lo que uno busca.
No entiende que no haya esas cosas elementales para bañarse, cepillarse los dientes, lavarse el pelo, para lavar la ropa, o para comer. Y tampoco entiende cómo para conseguir esas cosas, la mayoría de las posibles, haya que pasarse horas y horas en la búsqueda o en las colas.
Un cubano que trabajó toda la semana, de lunes a viernes, y que recibió unos 100 dólares de su hermano desde Estados Unidos, decide que saldrá el sábado a buscar lo necesario para la semana, porque el domingo lo dejará para descansar, jugar un poco de dominó y ver el partido del Barcelona.
Se levanta temprano el sábado y sale a caminar. Ante todo, tiene que pasar por el banco a sacar dinero en efectivo, porque muchos de los pequeños negocios no quieren cobrar por transferencia. En el banco demora tres horas, porque no hay corriente. Se sienta en la acera, donde no da el sol, hasta que se aburre y se arriesga a comprar con lo que tiene.
En el bolsillo del short lleva un listado que hizo junto a su esposa. La lista da opciones. Por ejemplo, detergente de lavar en polvo o líquido. O aceite de girasol o manteca de cerdo, si encuentra dónde lo venden. O jabón de baño, o gel.
Asimismo, unos muslos de pollo o un par de libras de carne de cerdo sin huesos. Las confituras para los niños pueden ir desde las galletas dulces hasta un pan de la bodega. Todo con tal de que los niños tengan algo que comer durante la semana en la escuela o cuando regresen.
Al mediodía, el amigo volvió a la casa con unas yucas en un bolso. También llevó una col, tres libras de azúcar negra y cuatro de arroz vietnamita, del peor. Fue solo a almorzar algo, y a volver.
Se comió un pan con una col en salsa, se tomó un café medio malo y medio amargo, y se fue de nuevo al banco. Los que estaban por la mañana en la fila, aún siguen allí. El anciano que iba detrás de el se alegró de verlo y lo llamó. Hablaron un poco de política, de religión, de economía, y aprovecharon para descargar contra el gobierno.
Al final, sacaron cinco mil pesos cada uno. Con la plata en el bolsillo, mi amigo fue a unos mercados que quedaban por la calle principal. Compró un pomo de aceite, un paquete de café, dos jabones y un champú y adiós los cinco mil pesos.
Cuando iba de regreso a casa, lo llamó el hermano desde Orlando. Aprovechó y se detuvo debajo de un frondoso laurel para hablar con el hermano. Estaba bañado en sudor, con la cara roja, agotado. El hermano le preguntó qué le pasaba y solo atinó a decirle que desde las siete de la mañana había salido a buscar lo necesario -o lo elemental- para vivir.
Cuando el hermano le preguntó, usando la terminología de la isla, cuánto había resuelto, extrajo del bolsillo la lista de encargos y se dio cuenta de que solo había comprado seis de los 20 productos que le pidió la esposa, que se quedó en casa, lavando con apuro antes de que se fuera la electricidad.
El hermano, se le notaba en la cara, sintió dolor. Sin embargo, no desaprovechó la oportunidad para decirle que él había salido una hora y había traído todo lo que necesitaba para la semana y más. En un carrito puso hasta cinco tipos diferentes de carnes, los huevos que necesita, seis o siete tipos de verduras, y más o menos la misma cantidad de frutas.
Agregó cereales, el aseo necesario, incluyendo papel sanitario de doble hoja, unos jugos, cerveza de dos tipos, un wisky y algunas otras cosas con las que se tropezó en los anaqueles y que no estaban en sus prioridades.
El hermano es mecánico. Repara autos durante toda la semana. Su trabajo es duro, fuerte, agotador, pero cuando cumple sus 40 horas, sabe que tiene en el bolsillo el dinero necesario para que su familia viva toda la semana. Incluso para mandarle a él a Cuba, que, supuestamente, tiene mejor trabajo, porque da clases en la universidad.
Mi amigo, cada vez que piensa en eso, reniega de la cigüeña. Aunque eso lo dice con humor, porque en realidad de quien reniega es del gobierno, de la familia Castro, de los que dirigen, que tienen secuestrada a la isla desde hace casi 70 años.
Reniega de esos que quieren venderle al pueblo una ilusión, o un futuro idílico en un país que se muere aceleradamente, olvidando que la vida es una sola y que en un momento se acabará, una razón más para intentar vivirla mejor.