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Por Ernesto Sierra ()
Sevilla.- Dicen que abril es el mes más cruel, también el más cantado, probablemente el más leído y al que más se ha escrito.
Por gracia de la manía conmemorativa —auxiliadora del mantenimiento de las memorias de los buenos acontecimientos— que tenemos algunos grupos humanos, hace años celebramos el 23 de abril como el Día internacional del libro y la lectura. Fecha que recoge, bajo una elástica cábala, las muertes naturales de Cervantes, Shakespeare y el Inca Garcilaso.
La Semana Santa comenzó, en el orbe de la hispanidad, con la noticia de la muerte del Premio Nobel de Literatura (2010) y Premio Cervantes (1994), el peruano-dominicano-español Mario Vargas Llosa.
A los pocos días, el chismoso y ubicuo Facebook nos recordaba la fecha de la muerte de otro Premio Nobel nuestro, el colombiano Gabriel García Márquez. Él rechazó el Premio Cervantes, primero en 1994, —le fue concedido entonces a Vargas Llosa— y luego en 1997 —recayó en el cubano Guillermo Cabrera Infante—, porque ya tenía el Nobel (1982).
Y ayer, la eficiencia tanática de FB nos recordó que el 19 de abril de abril de 1998, se fue a mirar las flores del lado de las raíces otro grande nuestro, Premio Nobel de Literatura (1990) y Premio Cervantes (1981), el mexicano Octavio Paz.
No deja de ser curiosa la circunstancia. Entre genios de la imaginación anda el juego. De momento pienso que las habituales lecturas organizadas, cada año, por las diferentes sedes del Instituto Cervantes y otros centros de promoción de la lectura y el libro se amplificarán, en justa memoria de la grandeza del Territorio Mancha, la lengua española y la hispanidad toda. A los que abril invita recordar, quizás de manera no tan arbitraria porque, a fin de cuentas, en primavera todo florece. Hasta el mes más cruel, también la muerte.