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MARRERO, EL INCOMPATIBLE

BLANCO BAILÓ UNA ZAMBA

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Por Oniel Díaz Castellanos ()
La Habana.- Leo en redes sociales lo que ojalá fuera un debate en la vida real (para sacarnos del inmovilismo) entre los que tienen legítimas preocupaciones sobre el estado actual de la economía cubana y las implicaciones sociales de la reforma que, a trozos desde el 2011, ha bailado el país con el ritmito conguero de un paso para adelante y dos para atrás.
Cada palabra seria, cada razonamiento, cada inconformidad y cada gramo de frustración me hacen pensar. Me hacen dudar, incluso de mí mismo, como parte de ese sector de nuestra sociedad que ha visto cómo su nivel de vida ha mejorado, aunque sea un poco, en medio de esta crisis. Son muchas balas de todos lados, ya se cansa el cuerpo de tanto contorsionismo para evitar una herida.
Hay quienes nos señalan como culpables del desastre. Otros sospechan que somos el Caballo de Troya de una restauración capitalista en Cuba. Un poco más al norte, oscuros agentes del «régimen».
Una disyuntiva, bien conocida en nuestro país y de larga data, acapara renglones en varias de las opiniones que consumo para ponerme a prueba y formarme mi propia opinión: «Socialismo o capitalismo». Pienso en ello y la discusión comienza entonces a rebasar lo económico para volverse sociológica, política e ideológica. ¡No puede ser de otra manera porque son todas esas dimensiones del problema nacional! Pero suena grande e innecesaria para un empresario, cuyo rol no debería ser más que conducir una empresa, velar por la eficiencia y pensar en facturar. -¡Cállate que no es lo tuyo! -me dice el cinismo.
Pero sigo mirando, leyendo y reflexionando. Me sumerjo en intercambios larguísimos donde en algunos casos me parece estar siendo testigo de un debate teológico, lleno de referencias filosóficas, menciones a personajes que hace más de 100 años no están en el mundo de los vivos y aterrizajes forzosos de realidades de antaño que no son las de hoy. Y lo que es más claro aún: No serán las de mañana. A veces, cuando se tranca el dominó del intercambio con posiciones irreconciliables, la partida se sella con un «los clásicos del marxismo no lo vieron así». -Amén – me digo siempre en silencio.
Por supuesto que estudié, leí, participé y milité en ese tipo de debate, hace tiempo. Me hizo quien soy, también. Pero nada te hace más escéptico y cauteloso que el paso del tiempo y tanto deseo irrealizado e incluso irrealizable.
No he perdido, no obstante, la capacidad de soñar. Tampoco me ha ganado el «vale todo» y el «a toda costa». Todo lo contrario y quiero dejarlo claro: la mejor utopía hoy para Cuba es la utopía del pragmatismo. Porque ha sido mucho el tiempo que hemos dejado escapar en discusiones y cavilaciones, al parecer eternas.
No es el poder del mercado lo que necesitamos sino el papel del mercado. No es que el dinero mande sino que el dinero se respete y cumpla su rol. No es que necesitemos disquisiciones sobre la centralidad de la empresa estatal y la complementariedad de la privada cuando lo que necesitamos son empresas. No es que el sector privado viole el fisco y deba desaparecer sino que necesitamos que no desaparezca para que efectivamente pague el fisco. No es que normalicemos la desigualdad sino que trabajemos para disminuirla. No es que tengamos programas en la TV que defiendan a ultranza la política económica del gobierno sino que tengamos en los medios, y más importante que eso, donde se decide, debates reales y productivos.
Que el pragmatismo tire al piso absurdos inexplicables y que no tienen nada de socialista como que un empresario extranjero tenga más derechos y prerrogativas en esta isla que un cubano; que los servicios profesionales en su mayoría están prohibidos; que los dineros cambian de nombre constantemente y en cada nuevo cambio se llevan al pozo lo que va quedando de la confianza de la gente en los bancos y en el orden necesario.
Que el pragmatismo elimine la idea de que puede haber productividad e innovación con monopolios. Que barra con la siempre fracasada idea, pero siempre repetida, que los topes de precios son más eficientes en contener las subidas que la competencia bajo un marco estable y transparente de regulaciones económicas. Que le gane el pulso a la inacción en el mercado cambiario, a la existencia de intermediarios innecesarios, a la posposición inexplicable, injustificable, de la revolución que necesita urgentemente el sector estatal de la economía.
A los que ven el peligro del capitalismo desatado en todas estas transformaciones habría que preguntarles qué tienen como alternativa; qué plan de acciones concretas tienen a la mano, más allá de insinuaciones macabras sobre el futuro del país y críticas al terrible presente en que vivimos todos.
Y no es un contrargumento irónico. Es muy serio porque enorme es la gravedad del momento. Hace 30 años el socialismo europeo desapareció y aún no ha surgido un modelo, o varios modelos, teóricos y prácticos que indiquen cuál es la vía al
¿Pues de qué experiencias beberemos? Ni AMLO, ni Bernie Sanders, ni Lula, ni los países nórdicos, ni el estado de bienestar europeo, ni Japón, ni Evo Morales o Mujica. Hay a quién no le sirve nada ni nadie. Pues esos no son capaces de algo. A mí me queda clarísimo que negando el mercado e ignorando las más elementales reglas económicas seguirá sin existir esa alternativa. Y coincido en que el estado actual de las cosas en Cuba es inaceptable pero lo que nos ha traído hasta aquí, además del bloqueo, ha sido precisamente ignorar por demasiado tiempo esas realidades.
Alguien pensará que la solución a esto es política. Y honestamente lo parece cuando nos pasan por arriba décadas discutiendo lo mismo, cuando escucho una y otra vez hablar de «consensos» y vivimos en un país con un solo partido político supuestamente para no perdernos en el parlamentarismo interminable de las democracias liberales. ¿O no?
Este año seguiré leyendo, pensando y trabajando. Si salvar a Cuba hoy suena a quimera, si se va a intentar lo increíble, hágase bien. A nosotros, hace ya algún tiempo nos falta, como dijera Céspedes, la virtud para consolidar la República.
Mi ismo es el pragmatismo.