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Por José E. González Martín ()

Sancti Spíritus.- Cada día en Cuba parece una prueba de resistencia. Una más. Y es que cuando crees que ya no puede haber otra dificultad, otro obstáculo, otra carga, aparece algo nuevo. La cotidianidad del cubano se ha convertido en una carrera de fondo sin línea de meta. No es una exageración decir que lo más sencillo —lo básico, lo mínimo— es ya una travesía cuesta arriba.

No hay un solo frente de la vida donde no haya dificultades: la alimentación, la vivienda, el transporte, el acceso al agua potable, la electricidad, los medicamentos… y ahora, una vez más, las telecomunicaciones. ETECSA ha decidido imponer nuevas medidas que, aunque quizás no sean las más graves en términos absolutos, llegan en el peor momento posible, como una gota más en el vaso de una sociedad ya al borde del colapso emocional.

Y es que no se trata solo del impacto económico de las tarifas o los servicios. Se trata de la sensación constante de carga, del agobio acumulado. Cada nuevo cambio, lejos de ser una mejora, parece otra piedra sobre nuestros hombros. ¿Cuánto más puede aguantar una sociedad que ya vive sin descanso?

Tensión permanente

La salud mental y física de un país está íntimamente ligada a su calidad de vida. Nadie puede ser productivo, amable, generoso o eficiente si vive en un estado de tensión permanente. ¿Cómo puede un médico dar lo mejor de sí, si no ha dormido bien por los apagones? ¿Cómo puede un maestro inspirar si en su casa no hay qué cocinar o cómo hacerlo? ¿Cómo puede un joven estudiar si la conexión a internet es intermitente y cara? La frustración y el desgaste están en todas partes.

Hoy, un huevo es un lujo. El gas doméstico aparece dos días y se esfuma por cuatro. La electricidad llega por momentos, lo que convierte cada instante de corriente en una carrera desesperada para lavar, cocinar, cargar teléfonos, poner ventiladores o refrigerar lo poco que se consigue. Es el “sálvese quien pueda” de cada hogar. Y así se ha corrido también el horario pico de consumo eléctrico: ya no es el que marca la necesidad, sino el que marca la escasez.

Y no, no es con odio ni con rencor que se dice esto. Es con cansancio. Es con el alma arrugada. Es con el peso de quien ya no sabe cómo explicar su realidad sin parecer repetitivo. Lo que antes eran quejas aisladas, hoy son verdades comunes. Lo que antes era preocupación, hoy es desesperanza. Ya no es una crisis, es una costumbre. Una rutina de sobrevivencia.

Una Cuba de sombras

El pueblo trabajador, ese que vive de su salario y no tiene negocios, remesas, ni divisas, es quien carga con las consecuencias de todas estas decisiones. Porque mientras los precios aumentan, los ingresos no lo hacen. Mientras las ofertas en dólares crecen, la moneda nacional se devalúa en valor y en significado.

No se trata de dividir ni de politizar, sino de visibilizar. Lo que se vive en Cuba no es una postura ideológica, es una realidad concreta, dura, persistente. Las calles están llenas de rostros cansados, de ojos apagados, de jóvenes que sueñan con irse y de ancianos que ya no sueñan. Vivimos en una Cuba de sombras, donde la esperanza se ha vuelto un privilegio, no un derecho.

La agobiante sensación de que no hay salida

Y cuando ETECSA anuncia medidas nuevas que impactan directamente el bolsillo y el acceso a la información, no es solo un problema técnico, es un golpe emocional más. Porque lo que más agota no es un apagón o una cola, es la sensación de que no hay salida, de que no se ve una luz al final del túnel, y que si la hay, es de una planta que se va a apagar en media hora.

Esto es simplemente un suspiro colectivo. Una súplica por dignidad. Porque la cordura humana tiene un límite. Y cuando ese límite se traspasa, lo que queda no es vida, es mera supervivencia. Resistir eternamente no es una virtud, es una condena.

Que no se nos olvide: descansar no es un lujo, es una necesidad. Soñar no debería ser un acto de rebeldía. Y vivir… vivir de verdad, no debería ser un privilegio.

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