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La corrupción y la protesta: Reflexiones a raíz del caso de Alejandro Gil

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Por Eduardo González Rodríguez ()

Santa Clara.- A la luz de los nuevos acontecimientos sobre el caso del exministro de Economía Alejandro Gil —que es acusado de más delitos de los que puede cometer un hombre en una vida—, no sería pertinente preguntarnos: ¿hasta qué punto influyó su desempeño en las más altas esferas de la política y la economía en los hechos del 11 de julio de 2021?

¿Sería pertinente suponer que, mientras se dedicaba a malversar, evadir, desviar, manipular, lavar activos y espiar, se quedó sin tiempo para atender los problemas que debía solucionar su ministerio? Y si es así, ¿no es entendible que este proceder generara la suficiente incomodidad ciudadana como para que el pueblo, de manera directa y explícita, saliera a la calle a expresar su disgusto con el rumbo que estaba tomando la vida económica del país?

¿Cuántos jóvenes hay ahora mismo en las cárceles cubanas por salir ese día? ¿Cuántos emigraron después? ¿No fue también, después de ese día, que la industria del turismo cayó estrepitosamente a causa del «cómo» se manejó, desde el punto de vista legal, el disgusto ciudadano? Ahora que estamos cerca de conocer el escenario que pudo dar origen a esa protesta popular, podríamos preguntarnos: ¿de verdad esa vez el pueblo estaba confundido?

¿Acaso hay dos pueblos, uno bueno y otro malo?

¿Por qué aceptamos que un día «el pueblo enardecido» saliera a la calle a apedrear a los que decidieron irse de Cuba en 1980 por el Mariel, y no aceptamos que también fue «el pueblo enardecido» el que salió en 2021 con el ánimo de ser escuchado, no por los dueños del país —porque dueños somos todos los cubanos—, sino por los que nos representan como nación ante las otras naciones del mundo? ¿O somos dos pueblos y, por cuestiones ideológicas, hay uno bueno que tiene derecho a enardecerse y otro malo que debe hacer silencio y bajar la cabeza?

¿Que algunos tiraron piedras el 11 de julio? Es cierto. También se tiraron piedras en 1980. La diferencia es que, de aquellos que lanzaron piedras en 1980, ninguno estuvo preso.

Y reflexiono sobre estas cosas porque he visto en estos días casi todas las mesas redondas donde Gil sermoneaba a la población, donde explicaba lo difícil que era hacer un pan de calidad por la falta de recursos, donde hacía apologías de las tiendas en divisas que habían hecho posible entregar, en tres momentos del año, una libra de arroz por ciudadano, donde repetía «bloqueo» cada tres minutos, donde hablaba de confianza, donde, impunemente, se burlaba de todos y afirmaba: «Sabemos que el pueblo confía en lo que estamos haciendo». Y todo esto, mientras a espaldas de ese pueblo que tanto mencionaba y al que le pedía confianza y resistencia, se echaba en el bolsillo sabe Dios qué cantidades de dinero.

La mariposa y el huracán

No creo que tenga que correr la sangre, pero sí estoy seguro de que es el momento de atacar las causas, no los efectos.

¿No estaría el exministro creando dificultades a conciencia para que una explosión popular acabara de destruir lo poco que quedaba y salir de Cuba con su maletín lleno de plata? ¿No sería pertinente pensar en una amnistía para esos jóvenes que, al final, son el efecto, no la causa, de una cadena de corrupción de altísimo nivel?

Dice un proverbio chino: «El apacible vuelo de una mariposa en Indonesia puede provocar un huracán en el Caribe».

Gil fue esa mariposa. El pueblo, el huracán.

Que Dios nos ampare.

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