Enter your email address below and subscribe to our newsletter

LA CONEXIÓN CON NUESTRA IDENTIDAD NOS CONSTRUYE COMO SERES HUMANOS

Comparte esta noticia

Por Padre Alberto Reyes Pías (Especial para El Vigía de Cuba)

Florida, Camagüey.- La vida suele cambiar mucho su perspectiva según el sitio en el que nos situamos. Cuando, en cualquier área, estamos en “la cresta de la ola”, dígase con salud, posibilidades, medios económicos, oportunidades… experimentamos un sentido de autonomía y confort tan fuerte que no solo hace que nos sintamos dueños de nuestro destino, sino que puede hacernos descuidar nuestra mirada sobre aquel que está en la situación contraria.

Y sin embargo, nunca sentimos tanto agradecimiento como cuando, al estar en situación de necesidad o vulnerabilidad, alguien se da cuenta, alguien se nos acerca, y se ofrece, y nos da la mano que permite que cambie nuestro momento y, a veces, nuestra vida.

Las bienaventuranzas que nos propone el evangelio no son tanto una meta como un camino, son la indicación de un modo de vivir atentos al latir de lo que nos rodea. Es un modo de decirnos: aprende a mirar, a escuchar, a intuir, a ofrecerte…

¿Por qué es difícil? Porque nuestra naturaleza humana mira, primordialmente, a nuestro propio bienestar, y eso no está mal en sí mismo porque, de hecho, nuestro bienestar es la mejor plataforma para ayudar al otro.

Pero eso hace que, salir de nosotros mismos sea el fruto de un entrenamiento, de una elección continua, de un aprendizaje.

Se dice que no miramos con los ojos sino a través de los ojos, y cuando lo que llevamos dentro es solo nuestro bienestar, o nuestros problemas, o nuestros propios planes, el otro, simplemente, desaparece, o se convierte en un ser incómodo, cuando no en un estorbo a quitar del camino.

Por eso, a la par de las bienaventuranzas, de la invitación a ir por la vida en plan “nosotros”, el evangelista añade los “ayes”, que no son amenazas, ni advertencias de castigo, sino el grito de dolor del Padre que ve al hijo tomar un camino equivocado, que no lo hará feliz.

Salir de nosotros mismos, compartir lo que somos y tenemos, ofrecernos, es lo que nos conecta con nuestra identidad más íntima y es lo que nos construye como seres humanos y, sin embargo, no es necesariamente espontáneo, no surge de modo natural sino como el fruto de un entrenamiento que se produce cuando decidimos seguir la voz suave que, a partir de nuestros ojos, de nuestros oídos, de nuestras manos, nos dice: date cuenta, escucha, acércate, ofrécete, haz algo por el otro… sin perder de vista que esa actitud no puede asumirse sin precios: los precios de dar al otro nuestro tiempo, nuestros medios, nuestra paciencia…

Ofrecerse implica aceptar las renuncias que hacen posible tender la mano al otro, y a esos que son capaces de aceptar las renuncias que llevan a la disponibilidad, el Señor los llama “dichosos”, porque al final, esa disponibilidad eficaz será lo único que dejaremos y lo único que nos llevaremos: será lo que dejaremos en el alma y la vida de aquellos con los cuales hemos convivido, y será lo único que podremos presentar al Padre cuando, en el encuentro final, nos haga la única pregunta que Dios hace cuando dejamos este mundo: “¿Tú, amaste?

Deja un comentario