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La caldosa artificial de Gerardo

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Por Oscar Durán

La Habana.- Los Comité de Defensa de la Revolución (CDR) dejaron de existir hace mucho tiempo. Lo sabe el pueblo, lo saben los propios cederistas que alguna vez se tragaron el cuento de “la vigilancia revolucionaria” y hasta lo sabe la dictadura que, a falta de estructura, se inventa conmemoraciones vacías para aparentar vitalidad.

Sin embargo, su coordinador nacional, Gerardo Hernández Nordelo, insiste en presentarlos como una fuerza viva, una maquinaria social que jamás ha dejado de funcionar. La mentira, como siempre, puesta en primera fila.

Ayer, víspera de un aniversario más de esa organización moribunda, se repitió la farsa. Hernández apareció en dos o tres cuadras habaneras donde dieron la orden de hacer fiesta. No hubo espontaneidad, no hubo entusiasmo. Solo altavoces con música raída, banderas de papel, ron barato y unas cuantas fotos para las redes sociales. Todo un guion escrito desde arriba, diseñado para sostener el espejismo de unos Comités de Defensa que ya no defienden nada.

Porque, ¿qué defienden los CDR en 2025? ¿La escasez de pan, la falta de medicinas, los apagones interminables? ¿Defienden a un gobierno que le teme al pueblo y que solo sobrevive con represión? La realidad es que los CDR se extinguieron en el mismo instante en que la gente dejó de confiar en ellos. Hoy son cascarones huecos, siglas oxidadas en el discurso oficialista, estructuras de cartón piedra que se levantan una vez al año para la foto y luego vuelven a la nada.

Nadie puede revivir un muerto

El empeño de Hernández en revivirlos responde más a una estrategia de propaganda que a una convicción real. Se trata de fabricar normalidad en un país donde todo se derrumba. Mostrar a un grupo de vecinos bailando y brindando bajo la etiqueta del “aniversario de los CDR” es, en definitiva, un recurso más del teatro político del castrismo: fingir que las organizaciones de masas aún existen, cuando en la práctica no pasan de ser recuerdos oxidados de otra época.

La verdad es que los CDR son un cadáver político. Sus restos apenas sirven para justificar salarios de burócratas, para inflar informes ante organismos internacionales y para entretener a figuras como Hernández, que ahora juega al influencer oficialista.

Mientras tanto, el pueblo sabe que esas celebraciones no representan nada. Son apenas ruido de altavoz en una cuadra apagada, humo de un sistema que se quedó sin combustible hace rato, y sin vianda para hacer caldosa.

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