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Por Luis Alberto Ramirez ()

Miami.- Durante su reciente gira por Holguín, el “presidente” cubano Miguel Díaz-Canel volvió a demostrar el nivel de desconexión que existe entre la cúpula del poder y la dura realidad del pueblo. En declaraciones que han provocado indignación y burla entre los propios cubanos, Díaz-Canel afirmó: “Por lo menos tienen una comidita caliente, porque un boniato y un plato de harina de maíz es una buena alimentación.”

Con esa frase, pronunciada como si se tratara de un elogio o una muestra de empatía, el mandatario no hizo más que confirmar el desprecio con que el régimen observa a su propio pueblo.

La pregunta que muchos se hacen no se hizo esperar: ¿come Díaz-Canel y su comitiva boniato con harina de maíz? ¿Es ese el menú de quienes viajan en autos modernos, se hospedan en residencias oficiales y disfrutan de privilegios imposibles para el cubano de a pie? Evidentemente no. La declaración del gobernante no es más que una burla cínica a la miseria en la que el propio sistema ha sumido a millones de cubanos.

No hay comida en Oriente

Mientras el puestoadedo ensaya discursos sobre la “resistencia creativa” y la “dieta nacional”, en Santiago de Cuba la situación es desgarradora. Los reportes locales describen escenas que parecen sacadas de una película apocalíptica: personas deambulando por las calles como zombis, buscando algo, lo que sea, para comer. “No se ha movido nada, protestan. La gente buscando qué comer, dónde moverse, y no hay nada. Antes del ciclón acabaron con los productos de las MIPYMES, compraron ron, compraron lo que nunca compran”, contó un santiaguero.

Y no es para menos. Los precios de los alimentos básicos se han disparado a niveles absurdos. El picadillo de pollo, uno de los pocos productos que la mayoría puede permitirse, pasó de 280 a 350 pesos la libra. El pollo subió de 360 a 450 pesos, la carne de cerdo de 600 a 800, el aceite de 800 a 1.000 la botella, el arroz de 180 a 220. Y ni hablar de los medicamentos: el paracetamol, que antes se conseguía por 280 pesos, ahora cuesta 350 en el mercado negro. Todo esto ocurre al margen del Estado, porque el Estado, simplemente, no responde.

Un gobierno que asegura que un boniato con harina de maíz es una “buena alimentación” no está pensando en su pueblo, sino en animales de corral. Es una manera de decirle a la gente que debe conformarse con lo mínimo, con lo que haya, con mierda si es lo que hubiere; mientras la cúpula se alimenta de la abundancia que ellos mismos niegan a los demás.

¿La ayuda? Como siempre, bien… gracias

A esto se suma la indignación por las donaciones recibidas por el régimen tras el paso del huracán Melissa. Según se ha informado, el Gobierno cubano ha recibido ayuda humanitaria de la ONU, del Gobierno de Noruega y del Programa Mundial de Alimentos. Sin embargo, la población se siente abandonada, escéptica, convencida de que esa ayuda jamás llegará a sus manos. Muchos aseguran que los recursos donados terminan en las tiendas recaudadoras de divisas, o desviados hacia las MIPYMES y el mercado negro, donde solo quienes tienen acceso al dólar pueden comprar.

Las palabras de Díaz-Canel, lejos de inspirar confianza, solo confirman la falta de sensibilidad y humanidad de un régimen que ha hecho del sufrimiento del pueblo su principal política. Llamar “buena alimentación” a un plato de harina y boniato es, sencillamente, un insulto a la dignidad de los cubanos. Es la expresión más pura de la hipocresía de un gobierno que exige sacrificios a quienes ya no tienen nada que sacrificar.

En una nación donde la comida se ha vuelto un lujo, donde el hambre se disfraza de resistencia y el abandono se vende como “solidaridad revolucionaria”, Díaz-Canel no representa a un pueblo, sino a una casta que vive de su miseria. Sus palabras no alimentan; ofenden. Y su burla, disfrazada de consuelo, será otra mancha en el expediente revolucionario de Miguel Diaz Canel.

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