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LA BELLA CUBANA

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Por Hermes Entenza ()
La habana.- Este domingo estuve toda la mañana hablando con un amigo que vive en Europa. Después de una hora de charla, la música cubana, la buena música cubana, fue el tema principal; así apareció La Bella Cubana, de José White. No hubo nada más que decir, ni de qué hablar.
La Bella Cubana es una de las piezas más grandes del romanticismo. Confieso que me produce una nostalgia fulminante, y en esas ansias de oler la tierra mojada y el ruido isleño, está el país que amo.
¿Por qué hemos perdido a Cuba?
¿Cuál es el misterio de un país que fue la luz de América, y hoy languidece entre la desidia, la miseria, el olvido y la destrucción?
¿Cómo pudimos llegar a esto?
Escucho La Bella Cubana y pienso que mi patria no merece vivir en las condiciones de hoy.
Cuba era un paraíso, con su gente decente, con su gente pobre igual que en todo el mundo –incluido EU– y con un espíritu romántico que era el símbolo un mundo que dejó de existir porque la ideología imperante arrasó con el amor, con la paz y con el arado, colmando la isla de prohibiciones, de odio al emprendimiento personal, de instituciones creadas con el objetivo de controlarlo todo y a todos, con la dosis de hambre adecuada para controlar la psiquis del pueblo, callándolo con una ración de pollo cuando se incomoda.
Cuba es como mi primer amor: esa bella cubana que languidece en la floresta y su rostro se refleja en las vidrieras impecables de La Habana; pero hoy la Bella Cubana tiene los ojos tristes, duerme mal, y sus sueños se evaporaron en las marchas populares y los domingos de defensa. Murió la joven delicada y dulce haciendo la cola por un pan, con los oídos tapados para no escuchar los actos de repudio.

También murió La Habana, y sus antiguos bares, cines y teatros se hunden en la inmundicia, con las vidrieras clausuradas, sucias y vacías.

Escuchar La Bella Cubana de José White es sentir la nostalgia por un lugar que ya no existe; entonces, la melancolía es doblemente mortal.
Hemos dejado morir nuestra patria, dejándola en manos equivocadas.
Dejamos, casi en el olvido, a José White, a Blanca Rosa Gil, a Ignacio Cervantes y a Lecuona; dejamos que destrozaran las victrolas, y nos olvidamos de sentir el verdadero amor, interrumpido por Sara González y la fusilería de cantores irredentos que se enorgullecían diciendo que eran cantores inteligentes, pero se perdieron en el retruécano y la manipulación ideológica, negando, incluso, que ese primer amor es más importante que un sistema político que nos obligó a tirar, y a tirar bien.
Perdimos a la muchacha zalamera porque la convirtieron en federada ejemplar cargada de consignas y calzando botas rusas; y la que se resistió a hacer el ridículo, fue a prisión, paró en jinetera por champú y desodorante, o está en el exilio.
Nos hicieron creer que una miliciana con fusil al hombro era más hermosa que una vendedora de flores en la Avenida del Puerto, y que un guerrillero era más varonil que el hombre enamorado que le hace una serenata a la muchacha que le gusta. Sustituyeron el olor a ron, cerveza y platos tentadores por el olor a pólvora de los ejercicios militares previendo una guerra que nunca llegó ni llegará.
Perdimos el sonido de los bares y de las canturías, y las calles se llenaron de bocinas citando a trabajo voluntario con ridículas consignas, y de fondo «Fusil contra Fusil». Ya lo dijo Milan Kundera: la estética socialista es kitsch.
Cambiaron el Martí humano, enamorado, inclusivo y amante de la belleza, por otro autor intelectual del asalto al cuartel Moncada.
La Cuba real, la que perdura, ha quedado en composiciones musicales y en poemas que flotan en el aire. La Bella Cubana de José White es el símbolo de un amor que se recuperará un día, porque como dice La Biblia: El amor nunca deja de ser.
Hoy pienso en Cuba, pero en una Cuba que ya no existe porque la rompieron a mandarriazos, aunque tengo la fe en que un día, como una nueva Jerusalén, se manifieste de nuevo en todo su esplendor.

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