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Por Hermes Entenza ()
Núremberg.- Cuando los cañones de las tropas soviéticas se escuchaban en las cercanías de Berlín, después de pasar el río Óder y tomar la ciudad de Cottbus, las órdenes que salían del alto mando alemán, dirigidas a lo que quedaba de la Wehrmacht, todavía eran triunfalistas; de manera que, mientras más se acercaban los soviéticos, incluso despues de llegar a Pankow y Köpenick, barrios periféricos de Berlín, las noches en el bunker, por la certeza del descalabro, eran colmadas de alcohol, drogas y sexo sin límites; pero, a 70 kilómetros, y menos cada día, los soldados alemanes aún peleaban inspirados por los mensajes que a cada minuto la oficina de propaganda les enviaba, asegurando que el triunfo estaba cerca, que solo era un mal momento en la guerra, y que, en un santiamén, el curso de la batalla iba a cambiar por la valentía, dignidad, y el ánimo de vencer obstáculos de la Wehrmacht y las Waffen–SS.
Pero el alto mando del Reich no pudo frenar el empuje de las tropas del Primer Frente Ucraniano ni de los aliados.
Nueve meses antes de la caída de Berlín, varios generales habían intentado acabar con el nazismo, convencidos de que un sistema basado en el terror no podría sobrevivir; pero desdichadamente el plan Walquiria no llegó a consumarse, y la maldad sobrevivió causando muerte y destrucción en Europa.
La propaganda triunfalista, dirigida por Joseph Goebbels, tuvo un protagonismo esencial en la locura de la guerra. La toma de Berlín, en su últimos días, fue guerreada casa por casa. Es inconcebible leer sobre las tropas «drogadas» por discursos, banderas y noticias falsas que hablaban del triunfo de la pureza sobre el mal que se replegaba bajo la enseña del Tercer Reich, seguir como zombies en la balacera, a pesar de la evidencia de la derrota.
Imaginemos por un momento que todo fue diferente, que el alto mando alemán se rindió apenas intuyó el fracaso de una ideología brutal, que asesinaba y segregaba, que humillaba a quien no estuviera de acuerdo con sus principios. (Recordemos que hubo campos de concentración y de exterminio para alemanes disidentes).
Cuando fue tomado el Reichstag, ya no cabían dudas de la derrota, y a pesar del caos, todavia se le decia la las tropas que triunfar era el objetivo. La icónica foto de la bandera soviética ondeando sobre la ciudad humeante fue el colofón de la batalla. (Sobre la foto también hay historias complicadas, donde la propaganda, esta vez estalinista, hizo de las suyas para mostrar al mundo una imagen trabajada, elaborada el laboratorio y llena de adrenalina; pero eso es otra historia).
Después que Wilheim Keitel firmó la capitulación de Alemania, ya sucedido el suicidio de Goebbels con su familia, y de A. Hitler con su gris esposa, se comenzó a contabilizar lentamente el número de bajas que, hasta el día de hoy, no están claras del todo. Se dice que en la batalla de Berlín el ejercito soviético perdió más de 80.000 soldados, y el ejército alemán 458.000 entre muertos y heridos. Las bajas civiles se calculan entre 20.000 y 125.000 almas.
Tomo el ejemplo de esta batalla porque está registrada como la más importante del siglo XX. La utilizo porque a las claras se ve cómo las campañas triunfalistas para engrandecer y santificar a un engendro político y militar, nunca han sido confiables.
Un buen gobierno debe saber cómo proceder cuando se evidencia el fracaso, y tener claro que, mientras más leña le echa al fuego con discursos huecos poseedores de tonalidades casi místicas, donde se exalta la capacidad del pueblo para vencer frente a las dificultades, pero sin herramientas para lograr realmente ese triunfo, el fin será catastrófico.
En pleno siglo XXI cada día hay un Berlín en nuestra historia, y casi siempre el mismo patrón de sufrimiento, carencia, prisión y muerte de toda una nación, se hace presente de una manera u otra.
Yo pregunto, porque veo a un pueblo harto, lleno de golpes, cubierto de fango, de enfermedades, de prisioneros de conciencia, saturado de escándalos de corrupción política entre los altos funcionarios y ministros, pero recibiendo de la propaganda oficial mensajes que hablan de una mística de triunfo, esta vez utilizando el sacrifico del pueblo como un don nacional, ¿es justo, en estos días aciagos, que un gobierno en franca crisis en todos los flancos, rodeado de fracasos políticos, ideológicos y económicos, todavía insista en decir que la victoria está cerca?
Hablo de Cuba, por supuesto. Hablo del fracaso rotundo de un sistema que ha recibido cientos de señales de que ya es hora de firmar la rendición, y solo vemos que que en el bunker del Comité Central e incluso sin ocultamiento, hay glamour, baile de disfraces, francachelas y eternas mentiras, mientras el pueblo muere de hambre, enfermedades y acoso político; pero la propaganda oficial no se cansa de gritar: ¡Cuba avanza con dignidad, como una palma real que resiste y triunfa!