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Por Luis Alberto Ramirez ()

Recientemente, Joanna Tablada, Subdirectora General para Estados Unidos del Ministerio de Relaciones Exteriores de Cuba, afirmó que la isla es castigada internacionalmente “por lo que ha hecho bien”. Y, en un intento de justificar lo injustificable, comparó la suciedad en las calles cubanas con la de otros países, como si la acumulación de basuras, escombros y desperdicios pudiera relativizarse en un ranking mundial de insalubridad.

Sin embargo, si realmente existiera un campeonato de detritus y abandono urbano, Cuba y en particular La Habana, se llevaría la medalla de oro.

No se trata de simples bolsas plásticas o papeles desperdigados en las aceras, sino de un paisaje urbano devastado: montones de basura que permanecen días sin ser recogidos, escombros de edificios que colapsan por falta de mantenimiento, y hasta arbustos y raíces creciendo en las paredes de viviendas y edificios históricos de Centro Habana y La Habana Vieja.

Las fachadas turísticas, esas que aparecen en las postales y en las campañas de propaganda oficial, son maquilladas con una pintura reciente y una falsa sonrisa para los visitantes extranjeros. Pero basta apartarse unas cuadras de los circuitos turísticos para encontrarse con la realidad de un país reducido a ruinas: calles oscuras sin señales viales, edificios a punto de desplomarse y un mobiliario urbano prácticamente inexistente.

El problema es el gobienro, no el ‘bloqueo’

Mientras tanto, la élite militar cubana, bajo el paraguas de conglomerados como GAESA, acumula una fortuna que supera los 18 mil millones de dólares en paraísos fiscales, más hoteles, inversiones en el extranjero y negocios privados disfrazados de “empresas estatales”.

Esa riqueza contrasta brutalmente con el abandono de los servicios básicos: redes de alcantarillado colapsadas, cortes eléctricos constantes, agua potable cada vez más escasa y hospitales que se desmoronan al mismo ritmo que las escuelas y viviendas.

El régimen insiste en culpar al embargo estadounidense y al “castigo internacional”, pero la realidad es que el dinero existe: simplemente no se destina a las necesidades públicas. La prioridad no es el pueblo ni la infraestructura social, sino mantener a flote un sistema que privilegia a la cúpula militar y a sus socios, mientras la ciudadanía se hunde en la basura literal y metafórica de un país saqueado y sin futuro.

Al final, las declaraciones de Tablada no hacen más que evidenciar la desconexión de la burocracia cubana con la realidad del pueblo. Porque no, señora Tablada, el problema no es que haya basura en otras partes del mundo.

El verdadero problema es que en Cuba no hay ni voluntad política ni un proyecto de nación que devuelva dignidad a sus calles y esperanza a sus ciudadanos.

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