
Newsletter Subscribe
Enter your email address below and subscribe to our newsletter
Por Anette Espinosa
La Habana.- Me gustó este título para el artículo, aunque no podría explicar bien el motivo. Me suena rico y hasta pudiera decir que tiene su toque, sobre todo porque se trata, supuestamente, de la defenestración de dos viceministros, Fernando Rojas y Kenelma Carvajal, cuyas carreras parecen terminar acá, pero de eso no estoy tan segura.
Fernando el Guapo, o Fernando el violento, como quieran, lleva años en esas funciones y a finales de 2020 ganó un poco de notoriedad por lo enérgico que fue en aquellas reuniones con los intelectuales y todo lo que hizo para que se cumplieran las condiciones que, desde arriba, le dijeron que debía imponer.
Eran tiempos de ánimos caldeados. Tiempos de pesadilla para el Ministerio de Cultura, y Rojas y su jefe directo, el dizque poeta Alpidio Alonso, se las pasaban con diarreas un día sí y otro también. Y ahora, cuando las aguas, supuestamente, se calmaron, a alguien se le ocurrió quitarse del camino al otrora director de El Caimán Barbudo y también expresidente de la Asociación Hermanos Saíz.
Al fiel Fernando Rojas lo dejarán como asesor del ministro. Así de sencillo. En una institución donde era el segundo, con pegada, peso, mando y prebendas, ahora será solo el asesor. Uno más ahí, que servirá para leer cosas que Alpidio Alonso no quiera leer y que le recomendará a la secretaria que se la pase a Rojas, que «en eso seguro que tiene experiencia».
Este es el fin de Rojas. De eso no tengo la menor duda. Y me alegro, porque no era alguien que le simpatizara a la intelectualidad. De hecho, muy pocos en el mundo de la cultura lo pasaban, mucho menos los cineastas, que lo tenían atravesado.
Lo de Kenelma, aquella guajirita de Bauta, que comenzó de maestra, que le coqueteaba a cualquiera que fuera al municipio desde la provincia o la nación, incluso de la televisión, porque quería hacer carrera, es diferente. A ella, el Comité Central le buscará trabajo. Será allí, en aquel edificio sombrío y lúgubre, cercano a la Plaza, donde se decidirá que hará la nuera de Dalia Soto del Valle.
Esta no necesita trabajar. Cuando ella se casó con el indeseable de Alex Castro, el segundo de los hijos del desaparecido dictador, se aseguró el futuro: buena casa, autos -hasta cinco dicen, pero comprobados hasta tres-, platos suntuosos en la mesa, viajes, dinero, cama buena y mejor vida. Entró, de golpe, a la familia Castro, y aunque el cabeza de familia ya no era el de antes, lo que se labró en casi 50 años quedó para siempre para hijos y nietos.
Sin embargo, a ella le buscarán un puesto. Y no uno cualquiera. Ya verán que en cualquier momento saca la cabeza por acá o por allá, y algún día, así como quien no quiere las cosas, anuncian que pasa a dirigir algo, que estará al frente de un proyecto importante, donde se necesitaba a alguien con el entusiasmo suyo y sus habilidades. Ya sabemos lo que dicen en estos casos.
Ahora, supuestamente, le cortaron las alas. Pero nunca estará en la misma situación que Fernando Rojas, quien, al decir del colega Siro Cuartel, alguien que conoce al dedillo los entresijos del mundo de la cultura, sobre todo del propio ministerio, vivía en la oficina, porque ya no podía volver a su casa con la que era, o fue, su esposa, por razones que ahora ni recuerdo, ni pretendo recordar.
Lo cierto es que en Cuba acaba de ocurrir algo raro: de un golpe quitan a dos viceministros. Y una, que de eso sabe un poco, no tiene más remedio que preguntarse el porqué. Porque no es normal que el castrismo haga esas cosas. Ellos prefieren cortar una cabeza ahora, dejar dos meses y luego arrancar la otra. Aunque, e insisto, lo de Kenelma Carvajal, durmiendo con quien duerme, al menos en las noches, no me parece una defenestración. Al que sí reventaron fue a Fernando Rojas, quien en cualquier momento saldrá volando del ministerio como Tim Blake Nelson en La balada de Buster Scruggs.
(Hacer volar a Kenelma es más complicado. Pesa demasiado)