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Por Jorge L. León (Historiador e investigador)
Houston.- Cuba enfrenta una de las crisis epidemiológicas más severas de los últimos años. El brote simultáneo de dengue, chikungunya y oropouche ha desbordado hospitales y puesto al descubierto la ruina sanitaria de un sistema que lleva décadas sin inversión real ni planificación efectiva.
En medio del caos, el régimen anuncia el uso experimental de Jusvinza, un medicamento de factura nacional presentado como un nuevo logro científico. Pero más allá del anuncio, lo que se observa es la desesperación de un gobierno sin soluciones, que intenta convertir la escasez y el dolor en propaganda.
Jusvinza, también conocido como CIGB-258, fue creado por el Centro de Ingeniería Genética y Biotecnología (CIGB) hace más de una década como modulador del sistema inmune, pensado originalmente para enfermedades autoinmunes como la artritis reumatoide.
Durante la pandemia, en 2020, recibió autorización de emergencia para tratar pacientes graves de COVID-19, no por eliminar el virus, sino por reducir los efectos inflamatorios en el organismo. Nada en su composición ni en su diseño lo relaciona con el combate a virus tropicales, ni con las epidemias que hoy asfixian a la isla. Entonces, ¿qué nos dice esto?
El hecho de que recién ahora se decida probar Jusvinza en pacientes con secuelas de chikungunya demuestra que no existía base científica ni evidencia clínica que respaldara su uso. Tampoco había capacidad de producción, ni interés real en la salud pública: el medicamento se reserva para experimentos o para exportación a terceros países, mientras en los hospitales faltan analgésicos, antibióticos y hasta termómetros.
Aún más alarmante: no existe tratamiento específico, ni análisis de sangre que permita determinar con precisión qué virus afecta a cada paciente, ni hospitalización adecuada ni recursos clínicos suficientes. Se está luchando sin dirección, dando golpes al aire, y pretendiendo tratar distintos virus con la misma medicina. Lo que está ocurriendo en Cuba es realmente peligroso e irresponsable.
La utilización del nombre Jusvinza sirve, más que nada, para revivir el mito de la ciencia revolucionaria. El régimen, hundido en el descrédito, necesita titulares que sustituyan los hechos. Así convierte un ensayo preliminar, sin datos verificables, en un supuesto avance nacional. Ninguna autoridad médica independiente puede revisar los resultados, porque el Ministerio de Salud Pública y el CECMED operan bajo control político absoluto. En Cuba, hasta la medicina se manipula ideológicamente.
Esta estrategia de “curar con discursos” repite el mismo patrón del socialismo cubano: cuando la realidad golpea, se inventa una hazaña. Mientras tanto, el pueblo enferma, las cifras se ocultan, y la mortalidad se disfraza de victoria. El experimento con Jusvinza, más que un paso científico, es un síntoma del colapso moral del sistema sanitario, donde el régimen convierte la biotecnología en vitrina y al sufrimiento humano en espectáculo.
El verdadero remedio no está en un vial ni en un laboratorio subordinado al poder. Está en la reconstrucción ética y democrática de una nación devastada por la mentira. Cuba no necesita otro experimento: necesita libertad, transparencia y verdad. Solo entonces podrá curarse de la peor enfermedad de todas, la que lleva más de seis décadas destruyéndola: el comunismo.
Hoy, se impone una emergencia sanitaria nacional. ¿Tendrá la dictadura el coraje para convocarla? Lo dudo.