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Por Esteban Fernández Roig
Miami.- Será un Nuremberg a paso de conga. La movida en Cuba sería completamente diferente. En Alemania los testigos y el jurado se portaron bastante reprimidos y a veces hasta asustados comparados con nosotros los cubanos. ¡Vaya!
Lo nuestro sería distinto por completo. A Raulita le quitaríamos su coqueto uniforme, las estrellas tendría que metérselas por donde mejor les quepan, y le pondríamos unas pijamas azulita con florecitas rosadas.
Desde que entre al juicio, una señora del público le grita: “¡Hijo de perra, tú mataste a mis tres hijos en Santiago de Cuba!”
Allí estarían miles de testigos, desde los descendientes de los soldados muertos en el Moncada, los parientes de los guajiros asesinados en la Sierra Cristal durante los años ’57 y ’58, hasta los familiares de los pilotos derribados de Hermanos al Rescate.
Yo me propongo desde ahora para ser el Fiscal e inmediatamente pediría la pena de muerte.
Raúl con su voz de loca desfondada pediría que lo dejen hablar como hizo su hermano en el juicio tras el ataque al Moncada. Y le gritan cientos de personas del público “¡Cállate la boca, cherna mala!”
Algunos se conformarían con que le perdonen la vida y que simplemente lo encierren en la jaula de los monos en el zoológico de La Habana. Él ruega ir a la del gorila.
Yo pediría que momentáneamente -en lo que le quede de vida- se trague diariamente una libreta de racionamiento y que le den orine de camello para bajar la dura libretica.
Alocada y con el pelo suelto pide la presencia de Ramirito Valdés para que le sirva de testigo y asuma la responsabilidad de los asesinatos.
Hasta unos padres y hermanos de soldados caídos en Angola piden testificar en contra de “el chicle masticado” y este les grita: “¡Esos son mártires de la patria!” Y le contestan: “Está bien, pero ahora les toca a tus hijos Alejandro, Mariela y Deborah -junto a ti- ser mártires de la patria también”…
El mariconzón sostiene que “este no es un juicio justo”. Y el jurado le responde que es mucho más justo que los que él celebró desde enero del ’59 al entrar en Santiago Cuba.
La loca biranesa grita: “Ustedes no entienden, yo fui precisamente el de la idea de mandar al Che Guevara al matadero, le di tafia a Camilo, ajusticié a Arnaldo Ochoa y a Tony de la Guardia ¿qué más quieren ustedes?”
El jurado llega al acuerdo de no darle paredón porque esa es una palabra que nos trae tristes recuerdos. Al fin se deciden y acuerdan arrastrarlo por las calles de La Habana. El pide que lo arrastren en Marcané donde él conoce mejor el terreno.
La China quiere que lo destierren y lo envíen a Dinamarca para cambiarse de sexo y vivir en el anonimato con cuatro angolanos bien dotados.
Al final -muy diferente a Nuremberg- la multitud le parte para arriba y lo convierten en picadillo de soya.
Y en el nuevo «Diario de la Marina» yo escribo mi primera columna titulada: “EL PUEBLO CUBANO HIZO JUSTICIA».