
Newsletter Subscribe
Enter your email address below and subscribe to our newsletter
Por Jorge Sotero ()
La Habana.- Jorge Luis Tapia, el viceprimer ministro cubano que una vez sugirió criar peces en los patios como si estos fueran a alimentarse de pura voluntad revolucionaria, viajó a Etiopía para hablar de sistemas alimentarios en una cumbre de la ONU.
La ironía es tan densa que podría cortarse con un cuchillo de los que escasean en Cuba. Mientras en la isla la gente hace colas interminables para comprar un pollo a precio de oro, o revuelve la basura en busca de algo que llevarse a la boca, Tapia pasea por Addis Abeba depositando coronas de flores en monumentos a la amistad cubano-etíope, como si los muertos de hambre en su país fueran solo una anécdota en un discurso bien ensayado.
No es la primera vez que Tapia convierte la desesperación en un chiste mal contado. Aquel plan de los peces en los patios —una idea tan surrealista como pretender que los balseros crucen el estrecho de Florida en cáscaras de huevo— ya dejó claro que su relación con la realidad es, cuando menos, flexible. Ahora, en Etiopía, habla de «seguridad alimentaria» y «sostenibilidad», mientras en Cuba el racionamiento es ley, los mercados agropecuarios son un lujo y la libreta de racionamiento ya ni reparte miseria en dosis homeopáticas.
Lo más grotesco no es que Cuba dé lecciones de alimentación, sino que lo haga con el descaro de quien cree que nadie se ha enterado de lo que ocurre dentro de sus fronteras. Tapia elogia los «avances» de Etiopía en seguridad alimentaria, un país que, pese a sus problemas, al menos puede decir que no tiene a su población comiendo pan con mayonesa como plato fuerte. Mientras, el gobierno cubano sigue empeñado en culpar al bloqueo de lo que es, simple y llanamente, su incapacidad crónica para producir comida.
El viaje de Tapia tiene algo de farsa macabra. Entre foto y foto protocolaria, entre discurso y discurso vacío, uno se pregunta si de verdad cree que sus palabras tienen algún peso fuera del guion oficial. Porque en Cuba, donde hasta los cerdos del plan porcino de Fidel acabaron en el olvido, la única estrategia alimentaria que ha funcionado es la de esperar que algún familiar en Miami mande una remesa. El resto es teatro, y Etiopía es solo el escenario donde Tapia representa su papel de estadista, mientras en casa el telón se cae a pedazos.
Al final, lo único que queda claro es que estos viajes no son más que turismo revolucionario con visa diplomática. Tapia puede hablar de «transformación de sistemas alimentarios» todo lo que quiera, pero en Cuba el menú sigue siendo el mismo: hambre, improvisación y un puñado de consignas que ya ni los más fieles se creen. Y mientras él brinda por la cooperación internacional, en la isla hay quien brinda por encontrar un huevo en cualquier lugar. La diferencia es que, para unos, el hambre es un tema de cumbre; para otros, la vida diaria.