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JILMA MADERA: A 66 AÑOS DEL CRISTO DE CASABLANCA

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Por Elsie Carbó
La Habana.- Hace mucho tiempo quería contar la impresión que me causó la escultora del memorable Cristo de La Habana, Jilma Madera, cuando la conocí allá por la década de los ochenta del pasado siglo, en lo que pudiera llamar el ocaso de su vida.
Muchas vivencias de aquella visita a su casa en 10 de Octubre, donde vi una buena parte de sus bocetos, proyectos inconclusos, retratos personales y sus aplazados ídolos en yeso, pero no creo que logre del todo ponerme de acuerdo con mis apuntes y los recuerdos, porque faltaría espacio para reseñar el torrente en la vida de Jilma como mujer y como artista.
Tenía una personalidad carismática e irrefragable que faltaría la sintaxis para poder dar una idea de su poder existencial. Por otra parte siento molestia ante algunas incongruencias publicadas después de su muerte, ocurrida el 21 de febrero del 2000, en lo tocante a la misteriosa ausencia de los ojos del Cristo de La Habana, de lo que daré detalles contados por ella después, porque en algunos textos se le atribuye a un deseo personal de la artista de que permanecieran vacíos porque no se verían en la distancia, pero sobre esto les diré lo que ella me comentó en aquella oportunidad, solo que antes me gustaría apuntar que lo peor de todo fue el injusto ostracismo y la invisibilidad en que vivió esta mujer durante mucho tiempo, sin que se le diera la justa valoración al hecho de haber elaborado entre otras obras, el busto de José Martí, que luego se colocó en el Pico Turquino, donde aún permanece para orgullo de los cubanos que llegan a contemplar su cima.
Tribuna de La HabanaY digo lo peor que le ocurrió a Jilma a pesar de ser un referente en el universo de las artes plásticas, es haber sido desconocida para la mayoría de los cubanos, aislada y callada, sabiendo que muchas de las jóvenes generaciones que miraban admirados la colosal estatua del Cristo de La Habana, colocado en Casablanca, ignoraban quién había sido la autora de esta poderosa imagen, independientemente de que las agencias internacionales del momento la distinguieron con honores en su inauguración el 25 de diciembre de 1958, reseñando en sus páginas que Jilma Madera, era la primera y única mujer escultora en el mundo en acometer tamaña proeza. Una gloria que aún se mantiene vigente a pesar de los olvidos.
Quizás el lado más desconocido de esta artista fue su agitada vida personal que la llevó desde muy joven a salir fuera de Cuba, unas veces para cursar estudios, otras para representar sus obras, algunas para seleccionar los materiales con que las elaboraba, como ocurrió con las 320 toneladas de mármol de Carrara que escogió en Italia para su Cristo habanero, una y otra vez ella subía a un avión para dar los toques finales o el acabado, de ahí que me confesara que había renunciado a la idílica idea del hogar feliz en virtud de su trabajo, algo que amaba con pasión, aunque con eso no dejaba cerrado el capítulo del amor porque ese sentimiento irradiaba todo lo que hacía. A todas estas, mientras el mundo giraba en la mirada de esta artista el país se preparaba para los radicales cambios que vendrían gestándose desde el llano y las montañas, estaría al tanto Jilma de lo que ocurría en Cuba mientras disfrutaba su carrera social o supervisaba qué materiales utilizaría y cuáles no?
-Siempre mi obra estuvo ahí, era Cuba. Ahí está mi Martí, en retratos, en mármol o en yeso. Dijo. Y es cierto, solo hay que ir hasta la Fragua Martina y admirar el frontispicio del propio recinto. Jilma era una mujer Martiana. Muy apegada a sus principios nacionales y patrióticos. Y agregaría además que también dejó su obra emplazada en diversos lugares y países como Puerto Rico, Estados Unidos… y otros.
Entonces, ¿qué misteriosos recovecos del poder la minimizaron y solo después de muerta se vea muy débilmente reflejada o reconocida su importancia para la cultura del país donde nació? La prensa de la época la fotografiaba en Italia, adonde había permanecido a pie de obra casi todo el tiempo desde que inició la preparación del Cristo, brindaba entrevistas y era asediada no solo como artista de la plástica, sino por su deslumbrante belleza, ante la cual, caían rendidos de admiración hasta los más indiferentes líderes. Fue una leyenda que las revistas y agencias se encargaban de manipular a su antojo cada vez que se corría la voz de que algún príncipe había sido rechazado por la cubana escultora. La BBC era quizás la que se mantenía más fiel a su ética periodística al reseñar en sus páginas el acontecimiento, no tanto por los 24 metros que mide la estatua, porque hay registradas unas cuantas mucho más altas que el Cristo de Jilma, sino por el hecho de ser ella la primera y la única mujer en haber cincelado en mármoles blancos de Carrara una obra de tal envergadura, y eso era digno de figurar no solo en las primeras planas de la prensa, como un récord absoluto, señores, que aún está invicto en el universo de las artes plásticas de Cuba y del mundo.
También si se habla de las técnicas empleadas, Jilma varias veces en su conversación hacía hincapié en que su Cristo estaba hecho en mármol de Carrara y había utilizado la técnica llamada al hueso, algo que quería apuntar con vehemencia, puesto que no era una práctica, al menos no muy utilizada en la época, y mucho menos que existieran en el país otras trabajadas del mismo modo, y tengo que decir que tampoco entre las que consulté no encontré ninguna elaborada con dicha técnica, pues siempre se referían al hormigón armado, los bloques de cemento, concreto o prefabricados in situ, pero nunca hacían alusión a esa forma de trabajar la arcilla, como solía afirmar Jilma.
Jilma Madera, la escultura y el silencio - alastensas.comCon Jilma era muy fácil reír y sentirse a gusto, su casa era un cataclismo de fantasmas, de silencios, los yesos, moldes, herramientas y figuras en blanco que imponían temor si te adentrabas en los corredores del viejo caserón, era una mujer llena de bosquejos, y misterios, extrovertida y apasionada, aún en aquel ocaso de su vida sedentaria y casi doméstica, en la que se deshizo de valiosos obsequios, como jades, porcelanas, o joyas costosas, que le fueron enviados desde distintas latitudes como tributos a sus encantos y a su don para el arte, pero que ya en su barrio de 10 de Octubre solo le servirían para sobrevivir. No obstante ella había asumido estoicamente aquel destino adverso porque sabía que su legado estaría ahí para ser disfrutado para siempre. Impertérrito e inquietante, como un fiel guardián del alma de Casablanca. Ella solo expresó el pesar que sentía de que el tiempo se le escapara de las manos sin lograr los proyectos que tenía en mente para esculpir el mármol, que era su pasión elegida.
Quería dejar para último el tema de las cuencas vacías del Cristo de La Habana. Sencilla y desinhibida, la escuché hablar sobre diferentes países que conoció casi palmo a palmo como si estuviese en su natal Pinar del Río, su dominio del latín, el inglés o el francés era impresionante, mostraba fotos de las personalidades con las que tuvo amistad, o amor, nadie podría imaginar al ver la soledad de sus últimos años que una vez reinó entre embajadores, monarcas o sultanes, y muchas figuras del cine de aquellos años que se sintieron atraídos por aquella singular artista, absorbente y voluntariosa, y quisieron poner riquezas y fama a sus pies aunque ella los desdeñara.
Me contó que por la época en que daba los toques finales al Cristo había conocido a un hombre que le sirvió de modelo para el rostro de la estatua, en su opinión tenía los ojos azules como mares perfectos, pero eso fue tal vez su error de cálculo, un desliz que la hizo querellarse con la iglesia católica en el país, que no aceptaba aquellos ojos tan vivos y seductores en la imagen del santo, al menos esa fue mi deducción cuando me contó sus desavenencias con el clero por el pecado de plantarlos en el mármol. Me dijo que al ver que la iglesia no negociaba, ella decidió entonces dejarlos vacantes. Esa es la razón, según la artista, y no otra como han querido hacer ver, por eso el Cristo de La Habana tiene las cuencas de los ojos vacías.
Jilma utilizó, según me dijo, aquel modelo real para los ojos, un hombre sencillo que ella amó y quiso expresarlo de esa forma sin pensar en las consecuencias. Así fue de franca. Lo demás queda a la imaginación, si fue cierto o no, no lo voy a poner en duda, pero conociendo lo transgresora que era para la época que vivió, estoy segura que ese hombre existió y donde quiera que se encuentre estará orgulloso de haber inspirado una obra de amor tan hermosa que perdurará en el tiempo por los siglos de los siglos.
Esas serían las últimas palabras que escuchamos el fotógrafo Manuel Torreiro y yo al despedirnos de aquel mundo de glorias y olvidos, pero más que la cortesía de un adiós, nos llevábamos la imagen de una mujer, digna, y serena, sentada en aquel patio hexagonal, rodeada de helechos y tamarindos, torsos desnudos, flores, bustos y perfiles desgastados por el tiempo. (Publicado en Cubaluz)

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