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Por Joel Fonte
La Habana.- Hace solo unos meses la propaganda chavista, formada en los manuales del castrismo, cambió los ‘títulos’ solemnes con que citaban al fallecido dictador Hugo Chávez -líder amado, líder eterno, y otros…-, por uno muy singular: ‘líder histórico’.
Es el mismo título empleado para nombrar desde mucho antes de su muerte al también dictador de Cuba, Fidel Castro.
Al hermano de este último, heredero del poder aquí, le inventaron uno a la usanza: ‘lider de la revolución’.
Es menester, primero, establecer que son ‘títulos’ sin ningún fundamento legal: no existe un solo artículo en la constitución castrista del 2019, concebida, redactada y ‘aprobada’ bajo la supervisión amenazante de Raúl Castro, que contenga tales conceptos.
Pero ninguna dictadura puede prescindir del culto a la personalidad de un líder fuerte, autoritario, de una figura en quien se concentre el Poder y que lo ejercite con la impunidad que brinda estar por encima de cualquier Ley.
Y ahí desempeña su papel la propaganda, el empleo de todos los medios destinados al importante papel de informar a los ciudadanos del Estado, con el retorcido fin de manipulación de esa información, de distorsionarla y difundirla.
Esa propaganda nos habla de liderazgos históricos, eternos, para mostrarnos semidioses, hombres con cualidades excepcionales desde su nacimiento, dotados de méritos imposibles para cualquier mortal; hombres cuya función de guías nos convidan a la obediencia ciega, acrítica.
¿Cuánta responsabilidad tienen esos propagandistas en el destino de las masas a las que arrean con las imágenes y palabras que deforman el pensamiento de millones de seres humanos?.
¿Son solo irresponsables hacedores de mentiras, o son en realidad criminales…?
Cuáles deben mayor reproche moral o responsabilidad penal; los ejecutores de la propaganda, o sus gestores, los que la estructuran y organizan?.
Las respuestas a algunas de esas preguntas están en el proceso penal ejecutado por las potencias aliadas al final de la Segunda Guerra Mundial contra los principales criminales Nazis, y llevado a cabo en la ciudad alemana de Núremberg.
Incluso un poco antes, en la obra y vida que terminó en el suicidio del destacado demagogo y agitador de masas, Paul Joseph Goebbels, a quien el 30 de abril, minutos antes de quitarse la vida, Hitler había designado como su sucesor.
Goebbels había sido ‘ministro para la ilustración pública y la propaganda’ del Tercer Reich entre 1933 y 1945 y uno de los colaboradores más cercanos de Hitler.
Promotor del concepto de ‘Guerra Total’, entre otras campañas, fue profundamente antisemita y responsable esencial en las políticas que derivaron en el holocausto o genocidio del pueblo judío.
Mucho deben cuidarse los pueblos que aman la libertad de ceder a la manipulación de la historia, y a idolatrar como dioses a sus verdugos…