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Por Jorge Sotero ()
La Habana.- El doctor Francisco Durán y Humberto López están cortados por la misma tijera: son voceros del régimen y no tienen escrúpulos a la hora de mentir. Por eso no me los creo a ninguno de los dos desde siempre, desde que comenzaron a darles bombo en los medios para que ganaran credibilidad.
Durán es un médico mediocre, como todos esos que dejan a un lado la parte linda de la profesión para irse a dirigir. Solo muy pocos de los galenos talentosos cubanos han tenido importantes cargos de dirección en el sistema de salud, porque para esos puestos siempre buscan a los lamebotas.
A Durán lo recuerdo, sobre todo, de los tiempos del covid, cuando aparecía cada día con un sermón super aburrido, tedioso, agobiante, intentando proteger todo el tiempo a los gobernantes, con una sarta de mentiras que, por desgracia, la mayor parte de la población le creía, entre ellas la de la efectividad de las ‘famosas’ vacunas creadas en Cuba.
A la inmensa mayoría no les parecía raro que las grandes potencias del mundo, las dueñas de los más grandes laboratorios, con todos los recursos a mano -incluidas sumas considerables de dinero- solo fueron capaces de intentarlo con una vacuna y a veces ni con una, y en Cuba, por obra y gracia del espíritu santo, se probaron hasta cuatro… con aquellos nombres ridículos.
Ya Durán no es el relegado médico tunero que no se conoce ni una parte de La Habana. Ahora es el yerno de Raúl Castro, esposo de Déborah, hija del más joven de los integrantes de la fatídica familia, y, por demás, padrastro de otro ser despreciable, Raúl Guillermo Rodríguez Castro, más conocido por el seudónimo de El Cangrejo, el nieto escolta del decrépito general de cuatro estrellas.
Humberto López es harina del mismo costal. Un mal estudiante de Derecho, graduado gracias a las ‘bondades’ de la revolución con aquellos que se prestan para todo, que se vinculó a los medios, allá en Colón -en la provincia de Matanzas-, donde nació y que no puso reparos en prestarse para todo, con tal de salir adelante, de vivir por encima del resto de los mortales del país más sufrido de América Latina.
No lo pensó dos veces a la hora de ponerle el rostro a un segmento en la televisión para mentir. Así apareció, semana tras semana, intentando lavar la cara del castrismo, defendiendo las supuestas bondades de las fuerzas represivas, disfrutando desde un histrionismo burdo y cobarde del mal de millones de personas.
López, que suele codearse con la élite represora, que visita oficinas de ministros y generales, sabe que en la Cuba del futuro tendrá los días contados. A este más le vale encontrar una vía para irse al menos a Haití o a algún sitio donde no lo vayan a encontrar, porque hay quienes no le perdonarán jamás la forma en que los denigró.
Algunos, los más veteranos y los que conocieron la otra Cuba, la Cuba anterior a 1959, lo comparan con Otto Meruelo, un personajillo de tan pocos escrúpulos que era capaz de ponerse al servicio de cualquiera con tal de vivir un poco mejor, pisoteando la dignidad ajena y la propia, porque al final terminó como un harapo, clamando ante los mismos que criticó.
Pero Humberto López no sabe de historia. Ni de historia ni de nada. Lo mismo que el tedioso de Durán. Por eso, ambos salieron a dar la cara por el régimen con el tema de la sal de nitro y los muertos. Durán llegó a decir que era una indisciplina buscar en la basura materias primas, en referencia al que, supuestamente, se encontró la referida sal en un tacho o fuera, y la llevó a su casa.
No sabe el ‘famoso’ doctor que los cubanos no solo buscan en la basura materias primas, sino ropas, calzado que puedan aprovechar para cualquier cosa y, sobre todo, comida. He visto en los últimos tiempos cara vez más personas buceando en los depósitos de basura o en los alrededores de los mismos. El no los ve, porque en su condición de yerno de Raúl Castro, esposo de la medio loca de Déborah o de padrastro de El Cangrejo o de la hermanita millonaria de este, lo tiene todo garantizado.
Humbrete, como le dicen al otro, tiene carro, asignación de combustible, de alimentos y bebidas por parte de la cúpula de la seguridad del Estado, que le paga para que haga lo que ellos no quieren hacer: dar la cara y mentir descaradamente.
Dice Humberto que las ventas de cualquier producto constituyen delitos. Y yo les pregunto a ambos, por qué el gobierno que defienden no garantiza la venta de sal común, yodada o como sea, en los mercados, para evitar problemas como la muerte de una madre y su descendencia.
Para el castrismo, ambos deben ser buenos voceros. Tal vez los tipos ideales, pero para el cubano de a pie, para la inmensa mayoría son solo unos personajillos de esos que no tienen pudor de que se les pelen las rodillas, por lo que hacen ante los jefes.
Estos bodrios humanos salen a aleccionar, a intentar convencer al que nada tiene y ya ni la vida le importa, de que hagan lo que dicen los que dirigen. Que los perdone Dios, porque yo, si me los encuentro después del Día D, les haré pagar.