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Por P. Alberto Reyes (Especial para El Vigía de Cuba)

Camagüey.- Pasan los días, los meses, los años, y el tiempo implacable nos sumerge sin pausa en una espiral aparentemente interminable. Una espiral hecha de oscuridad, de miseria, de dificultad continua, de libertad ausente y sueños rotos. Y nos hundimos sin poder evitar que resuene la pregunta de siempre: “¿Hasta cuándo?, ¿hasta cuándo?, ¿hasta cuándo…?”.

Ha sido muy largo: largo el sufrimiento, larga la destrucción, largo el cansancio. Y sin embargo, la excesiva duración de esta pesadilla puede que nos deje una gran bendición: la bendición del “nunca más
sobre esta tierra”.

Porque no hay mejor filtro que el tiempo.

Si Fidel Castro hubiese muerto en la Sierra Maestra, y con él hubiese muerto la idea de la “Revolución cubana”, muy probablemente habríamos salido de la dictadura de Batista y hubiésemos restaurado la democracia, pero Fidel habría quedado en nuestra mente como la gran promesa de una Cuba mejor. Hoy lo veneraríamos, lo tendríamos por poco menos que un santo. Y ante cada problema social, ante cada injusticia, ante cada atisbo de miseria, hubiésemos movido la cabeza diciendo: “Si Fidel no hubiese muerto, esto no habría pasado”, “si Fidel hubiese triunfado, este país sería una maravilla”.

Pero no fue así, y Fidel tuvo todo el tiempo del mundo para demostrar que tenía alma de dictador y que su proyecto sólo lograría destruir hasta los cimientos a su propio país, desde su economía hasta su alma.

El mejor filtro

Fue diferente con el Ché Guevara, que tuvo la suerte de morir joven, y aunque basta un mínimo de lectura de sus propios escritos para entender que era un psicópata de libro, el hecho de que no haya tenido tiempo de demostrarlo un poco más lo convirtió en un mito, a tal punto que lo enarbolan como bandera incluso aquellos a los que el Ché hubiese mandado a campos de concentración si estuviese vivo.

En los años 80 la libertad era un espejismo, teníamos mucho más miedo que ahora, disentir tenía muchas más consecuencias que ahora, pero había comida, había electricidad, la inflación no era un
problema… y las plazas se llenaban a reventar, y muchos ciudadanos de a pie defendían a muerte esta “Revolución”, y se prestaban gustosos a los actos de repudio. Eran los años en los que no nos importaba
que nuestros hijos gritaran a pleno pulmón: “¡Pioneros por el comunismo…!”, eran los años en los que exportar el modelo de la Revolución cubana era un orgullo.

Pero no hay mejor filtro que el tiempo, y el tiempo ha hablado, y ha demostrado que la “Revolución”era una gran mentira, que la vida de este pueblo nunca le importó a ninguno de nuestros líderes, que no les
tiembla la mano para reprimir y encarcelar, que nos morimos de hambre y enfermedad ante sus ojos indiferentes.

Por eso, tal vez el hecho de que este proceso sea tan largo tiene un sentido: el que, cuando seamos libres, nunca más vuelva a existir la ideología marxista sobre esta tierra, y que pasemos de ser el promotor del marxismo en el mundo, a ser la mano que, desde su experiencia, lleve a otras naciones a su libertad.

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