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He estado pensando en… cómo nos domesticaron… y podrían volvernos a domesticar (IV)

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Por Padre Alberto Reyes Pías (Especial para El Vigía de Cuba)

La exageración y la desfiguración

Camagüey.- Muchas veces usamos el término “histérico” para referirnos a personas con una personalidad teatral. Son personas que “crean una tormenta en un vaso de agua”, que hacen un drama de una tontería, o que sacan de contexto lo que decimos.

Esto, en política, es lo que Goebbels definió como el “Principio de la exageración y la desfiguración”.

¿Cómo se define este principio? Se trata de convertir cualquier hecho simple en una amenaza grave, o en un signo de peligro, exagerando su importancia de modo dramático, distorsionando lo que en realidad es, de modo que esa reacción dramática impacte en las masas y cree en ellas miedo, indignación o adhesión emocional, según se prefiera.

¿Cómo hemos vivido este principio en nuestra isla?

Para empezar, durante años tuvimos en Fidel un líder histriónico: sus gestos, su tono de voz, su capacidad para transformar cualquier evento tanto en un triunfo como en una amenaza.

Así, por ejemplo, cualquier comentario procedente de los Estados Unidos era suficiente para desatar la paranoia de una “invasión inminente”, argumento que fue la base de innumerables “marchas del pueblo combatiente” e incluso de aquella histeria colectiva de “crear refugios” para cuando llegaran los bombardeos, que nunca llegaron.

Mecanismos para domesticar

El caso del niño Elián, que era a todas luces una batalla ganada, porque era obvio que, si Elián había perdido a su madre, la custodia le correspondía a su padre. Pero no fue un proceso sereno. El caso Elián fue el inicio de las “tribunas abiertas”, donde “el pueblo reclamaba al imperialismo la devolución de un hijo”, cuando en realidad ni hacía falta tanta movilización ni la “indignación desatada de nuestro pueblo” tenía la más mínima influencia en el sistema judicial de Estados Unidos.

Similar fue el caso de los llamados “cinco héroes”, tema que movilizó a centenares de personas y consumió ríos de combustible, aunque no fueron nunca nuestros gritos los que permitieron el regreso de los cinco espías, sino la negociación callada y persistente hecha a otro nivel.

Los ejemplos de la aplicación de este mecanismo son incontables, porque es un principio que convierte cualquier crítica en una amenaza, cualquier queja legítima en un desafío impropio contra la autoridad.

Sucedió con la reacción desproporcionada ante la carta pastoral de los obispos: “El amor todo lo espera”, que mostraba serenamente las dificultades del país e invitaba respetuosamente a una búsqueda dialogada de soluciones; sucedió con el acoso sin cuartel a Oswaldo Payá y su “Proyecto Varela” que, basándose en la Constitución, pedía un referendo nacional que implicara a todos los cubanos.

Y sucede cada vez que alguien sale con un cartel, o escribe su disgusto en una pared, o surge un grupo opositor, o sale a reclamar sus derechos… A todos se les presenta como “instrumentos del imperialismo”, seres equivocados y sin voluntad, pagados por el extranjero para destruir la soberanía nacional. Visto así, no tienen derecho a que se debatan sus ideas, porque sólo son un enemigo a combatir.

Todo para presentarse como “un gobierno heroico que defiende a su pueblo de un imperio malvado”, intentando que la gente no los vea como un régimen opresor que mantiene a su pueblo en la miseria ya ni siquiera por ideología, sino por pura ganancia personal.

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