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Por Jorge de Mello ()
La Habana.- Varias veces a la semana hago ejercicios en un gimnasio que está en calle 12, esquina a Línea, en El Vedado. Es uno de esos lugares que se mantiene limpio, ordenado, con los equipos bien conservados, a pesar de que están a la intemperie.
Esta mañana terminé mi rutina y antes de abandonar el lugar me senté a descansar y tomar agua en uno de los bancos que está frente a la puerta que da a la calle 12.
De pronto, sentí una voz amable que me saludó desde la calle. Miré a la entrada y se trataba de una señora de unos 70 años, de pelo absolutamente blanco, aspecto humilde, pero vestida de manera muy pulcra.
La señora llevaba en la mano una pequeña mochila.
Me preguntó si ese era un lugar público para hacer ejercicios. Y le respondí que sí, que era un gimnasio público.
Entonces me comentó que no debe ser, porque afuera decía ‘Centro Fidel Castro’. Le dige que no, que no era el ‘Centro Fidel Castro’, sino un gimnasio público, que la entrada era libre.
Le dije que podía pasar, si quería, y le mostré los aparatos.
Pero, señaló con el dedo al letrero junto a la cerca del gimnasio, que indica la dirección del centro memorial que está en las calles 11 y Paseo.
Mientras, con voz baja y resuelta, me dijo: «me niego a entrar a un lugar que diga ese nombre afuera».
Traté de explicarle a qué se refería la señalización, pero desapareció de mi vista antes que pudiera terminar la primera frase.