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Por Eduardo González Rodríguez ()

Santa Clara.- Según algunas personas, casi todas con perfiles dudosos o restringidos, la culpa de que un dólar norteamericano llegara a 490 pesos cubanos en el mercado callejero -lo de informal es una estupidez porque el mercado formal es puramente simbólico- es responsabilidad de El Toque.

No sé si habrán notado que todo lo que afecta a Cuba es culpa de otros. Somos buenos e inocentes. No nos dejan terminar de hacer el país perfecto, el que no pudo hacer la URSS por culpa de Gorbachov, que le hizo el juego a los tanques pensantes del imperio.

No importaba que allí la corrupción institucional estuviera por las nubes, que se estuviera gastando una mafia tan, o más, eficiente que la Cosa Nostra y que el pueblo estuviera hasta el cuello de que el gobierno intentara resolver los problemas materiales, humanos, con fórmulas ideológicas. Nada, unos problemitas ahí que podrían resolverse en tres o cuatro generaciones mientras se le ponían algunos parches más al muro de la burocracia.

Lo que molesta es que que insistan en eso, publicación tras publicación, en el momento justo en que hay virus por todos lados, la situación en Oriente está jodida y hay un ministro en capilla ardiente.

Total, ya nos dimos cuenta que con dos reuniones y cuatro tipos con perfiles falsos, lograron que bajara el precio del dólar en la calle? La pregunta es, ¿por qué no lo bajaron antes? ¿Por qué todo tiene que ser cuando «la orden está dada»? ¿Por qué hay que correr y crear caos por todas partes? ¡El dólar bajando y los precios subiendo! ¡Maravilloso!

Poco por salvar

Aún así, insisten con la infladera de la revolución de colores y no, no es una revolución de colores lo que está acabando con Cuba, es la ineficiencia, la indolencia y la corrupción que se respira en el aire y que está a la orden del día. Ya no somos la generación que debe salvar las conquistas de la la revolución porque no quedan conquistas.

No las voy a enumerar porque la ausencia de esas conquistas, precisamente, es la que está sufriendo cada ciudad, cada municipio y cada provincia de esta isla.

Aquí lo único que queda por salvar, si es posible, es el alma cubana, alguna tradición que no pudo ser destruida, la vocación independentista y la dignidad de su gente. Y no hablo de la misma dignidad de que hablan los jefes y ministros cuando intentan justificar la miseria y la disfrazan convenientemente de resistencia, de valor y de heroísmo.

Yo hablo de la dignidad del padre que con su salario puede poner tres comidas en la mesa del hijo, hablo de la dignidad de la madre que no tiene que dejar de comer para que su hijo coma, hablo de la dignidad del joven que no tiene miedo a nombrar a los corruptos por sus nombres por temor a la cárcel, a la dignidad del niño y a su derecho a la merienda escolar que fue una conquista que alguien les regaló con sangre y que también desapareció de las escuelas.

Siempre tienen un culpable

Es hora de que se enteren, a los únicos que les importa si el dólar sube o baja en el mercado callejero es a los que tienen dólares. Al pueblo, los come tierra de siempre, le interesa que bajen los precios -ya dejaron de subsidiar la miseria- para seguir comiendo picadillo de pollo y salchicha por los siglos de los siglos. Mientras tanto, los científicos de cuello y corbata, los sacrificados del jamón y la langosta, seguirán dedicándose a hacer visitas relámpagos y a descubrir, mientras desayunan como jekes, al próximo enemigo peligrosísimo que se atrevió a publicar algo terrible en las redes sociales.

A todos esos perfiles les digo: están haciendo lo de siempre, favoreciendo al poderoso. El dólar a trescientos y pico, el aceite a 990, el azúcar a 320 y el jodido picadillo de pollo, igual, a 320. No me asombra. No esperaba menos de ustedes. Al final, una vez más, convertirán en victoria este desastre. Y si algo sale mal, también lo sabemos: ya tienen un culpable debajo de la manga.

Un abrazo, familia. Insisto, después de todo, a pesar de todo y por sobre todas las cosas, tómese cinco minutos para ser feliz. O por lo menos, trate no estar molesto demasiado tiempo. Eso baja la autoestima y daña al sistema inmunológico. Sé que es pedir demasiado. Lo sé.

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